Esta semana, el día 2, se ha celebrado la Virgen de la Candelaria. Esta advocación mariana es la patrona de, entre otros lugares, Tenerife y se celebra 40 días después de Nochebuena correspondiendo, por tanto, a la presentación de Jesús en el Templo y la purificación de María siguiendo las recomendaciones del libro Levítico (12, 1-4) sobre la purificación de la mujer tras el parto. Como nos apasiona la homogeneización cultural que antepone Halloween a la castañada o Papá Noel a los Reyes Magos, también sabemos que el 2 de febrero es el día de la marmota, o sea, el día que en un pueblecito de nombre impronunciable de la costa este norteamericana despiertan a una marmota de su letargo invernal y si esta proyecta sombra al levantarla, o sea si hay anticiclón, aún queda invierno para rato, unas seis semanas, y si no, es que el invierno tiene los días contados. La Candelaria cae justo en la mitad del invierno, lo mismo que la castañada en la mitad de otoño. Nada es casual.
Calendario, tradiciones y meteorología es algo consustancial a nuestra sociedad, primero cazadora y nómada, luego agrícola y ahora urbanita. La gran mayoría de nuestras festividades, desde Navidad a Sant Joan pasando por Semana Santa, están ligadas a los cambios de estación y, por tanto, a las tareas del campo. Probablemente por ese sesgo urbanita actual unido a la superficialidad con la que se absorben las noticias, abren ahora los informativos con la noticia del calor del verano y el frío del invierno, es decir, con la normalidad más absoluta del cambio de las estaciones.
Que en los últimos años ha subido la temperatura media es innegable y que la actividad humana tiene algo que ver, probablemente también. Pero de eso a hacer del tiempo un tema de alarma permanente hay un trecho. Si uno hace caso a las previsiones de los medios de comunicación, que no a las oficiales, salir a la calle es una actividad de riesgo pues tanto podemos morir abrasados como quedar aislados por la nevada del siglo. Y cuando nos atrevemos a salir, en general no pasa nada.
En una sociedad agrícola es normal que el pronóstico del tiempo sea importante, lo mismo que en una sociedad que vive del turismo. Pero necesitamos además de pronósticos acertados mesura en cómo estos se comunican. Más de un hostelero maldice las previsiones de diluvios o nevadas históricas que luego no se producen, pero que generan cambios de planes, cancelaciones y pérdida de negocio.
La meteorología es una ciencia realmente difícil. Se puede explicar todo lo que ha sucedido, pero es muy complicado predecir lo que va a suceder porque la atmósfera es un sistema con innumerables variables donde unas influyen en otras. Es cierto que el aleteo de una mariposa en el Maresme puede provocar un huracán en México, y habrá hasta quien lo demuestre una vez suceda, pero predecir qué aleteo produce qué y cuándo es cosa bien diferente. El ciclo de calor/frío en el Pacífico oriental denominado, por ahora, el niño y la niña (seguro que a algún genie aburride le parecerá una terminología propia de la dictadura heteropatriarcal) es un ejemplo de cómo un efecto localizado a miles de kilómetros tiene consecuencias en Europa. El niño suele traernos sequía y la niña lluvias, aunque no siempre es así.
Deberíamos reconocer nuestra incapacidad para entender y, sobre todo, modificar el clima. La industria europea se está suicidando para tener un espacio más o menos limpio encima de nuestras cabezas, pero lo que hagamos 400 millones de habitantes es nada en una población de 8.000 millones. Lo que haga China, India, Latinoamérica y África, además de una poco sensible Norteamérica, impactará muchísimo más en el cambio climático que fastidiar más y más al pobre conductor que vive en el Eixample de Barcelona con restricciones absurdas que, además, provocan más contaminación.
Nuestra visión europeocéntrica nos impide ver que los países en desarrollo no están para lujos. De hecho, cuando han venido mal dadas la verde Alemania se ha puesto a quemar carbón, independientemente de lo que ocurra no solo con las emisiones de CO2, sino con la mucho más próxima lluvia ácida en la Selva Negra. Si nosotros nos cargamos los pinos de los Monegros para construir los barcos de la armada invencible y arrasamos los bosques de la meseta para tener terrenos para cultivar trigo, tal vez los brasileños tengan derecho a hacer algo con su selva, o los chinos con sus bosques. Somos abiertos a la multiculturalidad, pero solo cuando en horario laboral los días son alternos.