Cristóbal Martell es el penalista de la Barcelona en color. El defensor de Jordi Pujol, el de Messi por un trabuco fiscal de mayor cuantía; el de Álvaro Lapuerta, extesorero del PP por Gürtel; el de Marco Antonio Tejeiro en el caso Noos; el de Manuel Bustos, exalcalde de Sabadell, entre otros. Martell es el remedo actual de la Barcelona de las togas doradas, los Vives de la Hinojosa, Pintó Ruiz, Piqué Vidal, Córdoba Roda o la repesca del bufete boutique de Miquel Roca, todo muy propio del iusnaturalismo que, en Cataluña, ostenta una autoridad moral comparable a la que tiene la Brigada Aranzadi de los letrados del Estado. Los nuestros son excelentes penalistas privados; eso sí, con un vistoso fondo de comercio.
Cristóbal hace su trabajo; articula la defensa de Dani Alves, el futbolista en prisión preventiva acusado de violación, al que atribuimos la presunción de inocencia, pero le afeamos el trato por lo que pasó en Sutton la noche de autos, cuando el lateral encerró presuntamente a una mujer de 23 años en los lavabos y tuvo una relación sexual con ella, supuestamente a la fuerza y sin su consentimiento. La presunta violación duró 16 minutos y semejante barbaridad no tiene un pase. La presunta acción criminal de Alves no tiene nada que ver con los excesos etílicos después de una final ganada; es el capricho de un hombre sin freno, que no se parece ni en pintura al cumpleaños de la hermana de otro, ni a las caipiriñas del doctor Sócrates en Copa Cabana. Es una canallada; presunta claro, hasta que no se demuestre lo contrario o se cumpla el pro reo, en caso de duda. Pero poca broma ante semejante atropello.
Con el objetivo de prevenir el acoso sexual y las agresiones en espacios de ocio nocturno, la International Nightlife Association decidió implementar el protocolo conocido como Ask for Angela (pregunta por Ángela). El procedimiento permite que toda mujer que se sienta en peligro, incómoda o acosada pueda acudir al personal del local o la barra y “preguntar por Ángela”. Así se activan las alarmas y el personal de seguridad socorre a la víctima. En el caso de Alves, el portero de Sutton, al ver a la víctima afectada al salir del local con sus amigas, puso en marcha el protocolo. Según corrobora el parte médico del Hospital Clínic que atendió a la joven, el jugador usó la fuerza para consumar el ataque.
La primera reacción futbolera fue penosa porque los magos del balón viven en una nube. El entrenador del Barça, Xavi Hernández, dijo de entrada que “le sabía mal” por Dani Alves, pero rectificó un día después con un discurso sin fisuras contra la violencia y los abusos sexuales y pidió “disculpas a la víctima por sus primeras palabras”. Ahora, mientras el abogado Martell prepara una petición de excarcelación del futbolista, salen a la luz algunas reflexiones del letrado en una mesa redonda organizada por la Fundación Acuorum, creada en Canarias, donde se crio Cristóbal. Martell opinó que “situar a la víctima en el eje del sistema para darle satisfacción, gratificación y hasta un consuelo seguramente merecido está distorsionando el sistema de garantías”. Teóricamente aceptable, pero en la práctica, palabrería de un jurisconsulto de mente afilada.
Martell es el defensor de los instalados; destaca por su rigor, más allá del parti pris que proporciona una suculenta minuta. El caso es que, si bajamos al dato, no podemos admitir una justicia a la carta; la Barcelona de los riñones al jerez en el mítico restaurante Finisterre (hoy cerrado), con las togas colgadas en el perchero, no puede bascular sobre la vertiente “amable” del presunto delito. La ciudad de los prodigios está enterrada bajo montones de sumarios arrumbados en la Audiencia y, a menudo, la ciénaga de la corrupción emerge de ellos para llamar a la puerta. Ya estamos hechos a los plazos eternos de la prueba. Pero la violencia sexual es la auténtica serpiente emplumada de la trágica actualidad. En ella, el pretexto atenuante del macho no tiene cabida.