Después de la crisis de Govern que dividió al soberanismo, Jordi Pujol le pidió al exconsejero de Economía Jaume Giró que se quedara por lo menos seis meses más en Junts. Han pasado los seis meses y hemos entrado en la etapa, que decidirá en mayo, quién es el alcalde de Barcelona. Entra en ebullición Xavier Trias, al que los sondeos sitúan por encima de Colau, Ernest Maragall y Collboni. El reformismo nacionalista vuelve después de la década perdida del procés. El espacio se abre de nuevo, pero su discurso está verde. Barcelona es casi ingobernable después de Colau, salvaguarda de los pobres y conjura de los necios que detienen los megaproyectos, envidiados por los mejores arquitectos del mundo.
La ciudad no renacerá sin las muletas necesarias para competir con otras urbes punteras; sin un proyecto capaz de situar la oferta del área metropolitana, entre la belleza de Florencia y la eficiencia de Berlín. La Ciudad Condal destaca por ser una smartcity, por su cultura y su alcance internacional. Pero sus rentas en oficinas se sitúan en el entorno de 280 euros por metro cuadrado al año, muy por debajo de Estocolmo (700 euros), la capital aislada sin la belleza mortecina de Praga. No olvidemos realidades como el 22@, que envejece en plena juventud, mientras sus creadores se llevan los bártulos a Valencia, como hizo un día el exconseller de Comercio Paco Sanuy cuando se metió en Ifema al ver que Fira Barcelona capotaba por culpa del sectarismo.
Las municipales animan la primera vuelta del año electoral. Jaume Giró expande doctrina en los municipios, desde Santa Coloma de Farners hasta Cornellà (hoy mismo); desde Maldà, inmemorial baronía, hasta el Área Metropolitana. El exconseller ha abierto una página en Instagram para dar a conocer su proyecto de progreso, más allá de las ideologías que enmarañan el mundo y ensombrecen la filosofía, como escribió el jesuita Ignacio Ellacuría. Giró se ha volcado en la cita de mayo y cuenta con el apoyo de los cuadros de Junts que fueron convergentes y quieren recuperar el rumbo. Estos últimos son más numerosos y tienen más peso que los partidarios de Laura Borràs, aunque, frente a la Doña, están calladitos, en línea con Jordi Turull, un secretario general oficialista convertido en Kerenski.
Trias y Giró no son dos que cabalgan juntos, pero confluyen. Buscan ambos el espacio de la rehabilitación de las instituciones tan dañado por los discursos vacuos de la dirigencia indepe. Es hora de reaccionar, superando la ciutat dels veïns que nos endilgó Janet Sanz o la nueva Vía Laietana, que suena a remake de Cambó. Barcelona volverá a ser el tótem, como quiere el Círculo de Economía –un batallón de nuevos cargos que rodean la ciudadela de Jaume Guardiola— si Trias y el PSC de Collboni suman más en el plenario municipal. Pero no podrá ser el Trias de la gestualidad ante el baño de multitudes, con la sal encastada en la piel, después del último baño de mar. Él no es Pasqual Maragall; nunca ha veraneado en tejanos blaucel y Fred Perry azul marino, bajo los techos de caliza abuhardillados de Rupit. Tampoco tiene bicicleta. Su estilo es más Maresme que Costa Brava y no lo digo por las esloras modelo nuevo rico de Port El Balís. La gente perdona el quiero y no puedo de los gentilicios, pero nadie soporta las malas copias.
¿Vuelve aquella Barcelona en la que todos nos conocíamos? Ok, pero puesta al día, con proyectos nuevos y con urbanismo de altura; algo parecido a la mezcla de Le Corbusier y Mies van de Rohe con respeto reverencial al otro lado, el del modernismo romántico que tanta murga nos ha dado en los manuales de historia y el turismo de masas. Hay que desenmarañar la ciudad de los balcones. No volveremos, si nuestro natural mestizo no se impone a la estelada.