La rentabilidad proporcionada por la renta fija y la variable depende de las expectativas de los inversores. En los mercados financieros, en la mayoría de las ocasiones lo que está sucediendo hoy, ya fue descontado ayer. Por tanto, lo importante es lo que pasará mañana. No obstante, una noticia diferente a la esperada puede provocar de forma inmediata notables variaciones en los precios de las acciones y los bonos.
Las novedades imprevistas más frecuentes hacen referencia a las alteraciones de los tipos de interés de los bancos centrales y los beneficios de las empresas. Un ejemplo de lo primero sería un aumento del de la Reserva Federal en 0,75 puntos, cuando el mercado apuntaba solo a una alza del 0,5. Uno de lo segundo consistiría en un incremento de las ganancias de La Caixa en un 15%, si los inversores únicamente esperaban un 10%.
Las plusvalías o minusvalías generadas por la renta fija vienen principalmente determinadas por la evolución del tipo de interés y el riesgo de impago del emisor. La primera variable depende esencialmente de la variación de la tasa de inflación. En la segunda influyen el nivel de endeudamiento, la política económica desarrollada en el caso de un país y la gestión efectuada por sus directivos en el de una empresa.
Por regla general, la evolución de los tipos de interés determina en mayor medida la rentabilidad de la renta fija que el riesgo de impago. El motivo principal está en la mayor volatilidad de la primera variable. No obstante, en una gran crisis económica, como fue la iniciada en 2008, sus papeles se invierten. El segundo indicador se convierte en relevante y el primero adquiere una importancia residual.
El precio de los bonos desciende cuando aumenta significativamente el IPC, y viceversa. El mercado descuenta la subida de los tipos de interés del banco central y la disconformidad de los inversores con la reducción de la rentabilidad real ofrecida por los títulos de su cartera. El aumento de su disponibilidad genera un exceso de oferta y la disminución del valor de mercado de los activos de renta fija.
Las ganancias o pérdidas proporcionadas por las acciones provienen esencialmente de las variaciones en los beneficios de las empresas y los tipos de interés. En la mayoría de las ocasiones, la primera variable depende principalmente del nivel del crecimiento económico de los países donde desarrollan sus actividades. Así, cuanto mayor es este, más aumentan sus resultados y más elevado es el precio de las participaciones.
Los cambios en los tipos de interés afectan a las acciones a través de la modificación de los costes financieros de las empresas y del atractivo de los bonos para los inversores. Un aumento de los anteriores tipos provoca una disminución de los beneficios de las compañías y un desplazamiento de capitales desde la Bolsa a la renta fija. Por tanto, cuanto mayor es el interés, menor suele ser el precio de la mayoría de las acciones. En algunas ocasiones, las excepciones a la regla son los bancos y las aseguradoras.
Las expectativas influyen en mayor medida en el importe de los títulos de renta variable que en los de la fija. Así, por ejemplo, una empresa puede tener cuantiosas pérdidas desde hace varios años, pero su valor de mercado ser superior a otra con resultados positivos en todos los ejercicios de la última década. En este caso, la diferencia de capitalización entre ambas compañías generalmente vendrá explicada por la actuación de sus directivos y las distintas características de los sectores donde ambas operan (nuevo y tradicional, respectivamente).
A pesar de los elevados quebrantos, los ejecutivos de la primera han convencido a los inversores de la obtención por parte de su empresa de grandes beneficios en el largo plazo. Una perspectiva basada en su carisma personal, la magnífica imagen proyectada de la compañía, la utilización de una nueva tecnología, el ofrecimiento de un producto o servicio distinto de la competencia y, especialmente, un gran incremento de los ingresos.
Las anteriores líneas determinan que
a) es interesante invertir en renta variable y fija si existe a la vez un elevado incremento del PIB y una disminución de la inflación. Las ganancias obtenidas por las acciones provienen del aumento de los beneficios principalmente generados por el crecimiento de las ventas y la reducción de los costes financieros de las empresas. Las plusvalías en la renta fija las proporciona la disminución de los tipos de interés derivada del menor IPC.
Un ejemplo de lo anterior ocurrió en España entre 1995 y 1999. En dicho período, el incremento medio del PIB fue del 3,6%, la tasa de inflación promedio pasó del 4,7% al 2,3% y el tipo de interés principal del banco central disminuyó desde un 9,25% en junio del primer año hasta un 3% en diciembre del último.
En la anterior etapa, el Ibex 35 subió un 277,9% y el valor de mercado de numerosos fondos de renta fija a largo plazo creció por encima del 50%. Al gran aumento de las cotizaciones bursátiles contribuyó decisivamente la creación de la burbuja de la nueva economía o de las empresas TMT (tecnología, medios de comunicación social y telecomunicaciones).
b) no es recomendable comprar renta variable ni fija si una gran subida del precio de las materias primas ha provocado un elevado aumento de la inflación. En algunas ocasiones, la causa indirecta de ambos es una guerra que involucra a alguno de los principales países productores o un cambio de régimen que interrumpe las exportaciones de petróleo. Así sucedió en 1973-74, 1979-81, 1990 y 2022.
Un contexto donde los inversores esperan un rápido y sustancial aumento de los tipos de interés, así como la aparición de estancamiento o recesión económica en numerosas naciones. No obstante, si la inflación ha arraigado, los tipos de interés tardarán en bajar y la adquisición de bonos no será una buena opción. Así sucedió en la década de los 70 y principios de los años 80, pero es bastante improbable que vuelva a pasar en 2023.
En el pasado año, la renta fija y variable global sufrió pérdidas del 16,1% y 16,7% del valor de sus activos, respectivamente. Especialmente destacable fue la primera, pues una merma tan espectacular no la habían padecido sus títulos desde el inicio del actual siglo. El responsable directo fue el gran ascenso de la inflación, que llegó al 9,1% en junio en EEUU y al 10,6% en octubre en la zona euro.
c) es conveniente invertir en renta variable, pero no en la fija si un elevado crecimiento económico viene acompañado de una excesiva inflación. No obstante, esta no supera el 4%. El aumento de los tipos de interés provoca una disminución en el precio de los bonos. En cambio, la Bolsa consigue una moderada subida, pues los inversores ponderan en mayor medida el aumento de los ingresos por ventas que el del coste de financiación y no encuentran mucho más atractiva la renta fija que en el reciente pasado.
También sucede lo anterior si los bancos centrales realizan una política monetaria ultraexpansiva para evitar la aparición de deflación y salir más rápidamente de una aguda crisis. Una medida generadora de una gran abundancia de capital y unos tipos de interés nulos o muy reducidos. Ambos factores favorecen a la Bolsa y a algunos activos alternativos, tales como obras de arte, criptomonedas o inversiones en energía e infraestructuras, y penalizan a la renta fija. Es lo que sucedió entre 2015 y 2019 en numerosas naciones avanzadas.
d) es una buena opción adquirir renta fija, pero no variable si una inflación excesiva provoca un gran aumento de los tipos de interés y la aparición de una recesión. No obstante, si el elevado nivel de precios no está consolidado, pues los salarios y los márgenes empresariales han aumentado menos que el IPC, la estanflación no será duradera. Los inversores prevén la disminución del gasto de las familias, la reducción de las ventas y los beneficios empresariales. Por tanto, venden masivamente acciones y baja su precio.
A la vez, la contracción económica genera expectativas de una rápida disminución de la inflación y un aumento del tipo de interés real de los bonos. La inversión en renta fija se vuelve más atractiva y aumenta la demanda de títulos. El resultado es un incremento de su precio y una rentabilidad nominal de los antiguos títulos de la cartera más elevada que la lograda anualmente mediante el abono de los cupones.
El escenario anteriormente descrito posee un gran parecido con el esperado por mí en 2023. Después de una década, un ejercicio donde la renta fija volverá a ser una inversión interesante, especialmente en el segundo semestre, y no lo será la Bolsa. No obstante, el rally bursátil de principio del ejercicio parece indicar un buen año para ambos activos. Desde mi perspectiva, es un espejismo, pues los inversores descuentan menos subidas de tipos y por menor importe de las que yo creo que habrá.
En definitiva, el precio de los activos de renta fija y variable puede subir y bajar a la vez, a pesar de que ambas alternativas de inversión son parcialmente sustitutivas. La elección de una u otra depende principalmente del riesgo dispuesto a soportar por el inversor. No obstante, los fondos que invierten en letras del Tesoro, bonos y obligaciones nunca tienen uno nulo.
Una característica que quedó muy clara en 2022, pues todas las categorías de fondos de inversión españoles de renta fija cuyos activos proceden de la zona euro tuvieron pérdidas. Como generalmente sucede, más elevadas cuanto mayor es el riesgo incurrido y la vida restante de sus activos. Por eso, los monetarios se dejaron un 0,57% y los de largo plazo un 8,13%.