A él lo habrán visto, supongo, por las tripas del Estadio de Riad, donde hoy se juega la final de la Supercopa, el torneo deslocalizado por Kosmos, el emporio fundado por el ex futbolista. Hablamos de Piqué, aquel que le dejó a Shakira “de vecina a la suegra, con la prensa en la puerta y la deuda en Hacienda”. Se consuma el cadalso futbolístico y millonario de Cristiano y Messi -uno en el Al Shabab y el otro en Al Jalil- en Arabia Saudí, el país del vergonzoso hyab donde, a falta de oro, seguirán compitiendo por un balón de malaquita repleto de tierras raras. El futbol arábigo, a base de copas de varios metros de altura y mantones de Manila modelo catarí, como el que le regaló el jeque Al Tani al astro argentino, es el mejor marco para la muerte cerebral del que reza sin preguntar, con la cartera llena y mirando a La Meca.
Allí se ha escondido Piqué, como un Lawrence de Arabia de miniatura. Es un buen amigo de la casa; no teme ser descuartizado en cualquier embajada, sortea las music sessions de Bizarrap y se consuela por YouTube con la alta voz del muecín. El caso es que el invento más lucrativo del pop actual pertenece a un tal Gonzalo Julián Conde, un argentino de 24 años que ha metido a Shakira en su negocio para que le cante una tiraera a su expareja. La música torpona de nuestro tiempo nace en el dormitorio, donde la venganza bulle la sangre y desata la creatividad, como explicó Annie Ernaux en su discurso de agradecimiento del último Nobel, porque ni la literatura está a salvo.
Donde viven nuestros protagonistas germinan la pasión y el desamor. El sexting genera desafíos y segrega adrenalina. Piqué sabe ya lo que significa un atracón digital en el que se te pone de vuelta y media: millones de copias de “rata inmunda” al estilo de Paquita, reina de Veracruz, una mujer real, con estilazo de charrera, que imparte empoderamiento femenino desde hace décadas. Nada que ver con la Shaki. Digámoslo claro: las tonterías machaconas duran un corto invierno comparadas con el bolero, éxtasis del desamor, o con el fado, canción de celos y muerte, como dijo el fabuloso Marseneiro, en los heterónimos de Pessoa. El desgarro hondo no tiene nada que ver con el repique electrónico que se consume en la Florida cubana de Ron de Santis y que coloniza con mal gusto al resto del mundo. En cualquier caso, Piqué le contestará a ella hoy mismo a través de la Kings League, su último negocio, con Jijanters, el canal del streamer Gerard Romero. Buen negocio; estos dos, el central y la cantante, son tal para cual. El mejor Barça de Guardiola se ahoga en un mar de millones.
En el jardín de Bonanova, él le recitaba “yo siento en el alma una alondra cantar; tu acento” y ella le contestaba en inglés, que es la lengua mundial del pop-rock, el reguetón y la cachiporra de Tarantino. Ellos dos, con el coco rebosante de bollicao, estaban a partir un piñón. De vez en cuando el defensa central del Barça escribía algún librito publicitario a cargo de un negro editorial como el de Spare del príncipe Harry y se acercaba a firmar a las paradas de Sant Jordi. El futbolista volvía a casa de noche después de la timba de póker e insistía. Ella empezaba a estar harta de la monserga y, por lo visto, llegó un momento en que Piqué, borrico, borrico, al volver del gimnasio, adquirió el hábito de detenerse un par de horitas en la timba. Un día, ella se fue con los niños a Barranquilla, allí donde Maqrol el Gaviero dice que siempre es Caribe.
A su vuelta, cuentan que él le cantó “se me hizo fácil borrar de mi memoria a esa mujer a quien...” y ella acabó respondiéndole con 'Session 53', una malquerencia de Briella, una cantante venezolana que cuando apareció el Bizarrap denunció en TikTok que lo de Shakira era un plagio. Semejante asunto de gazmoña adolescente da mucho que pensar; tocar bien el balón es de listos, cantar depende, según el qué. Pero el auténtico desamor solo se siente en el rincón de una cantina, cuando están tocando ya la del estribo. En este caso, ni modo.