La cumbre hispanofrancesa del próximo jueves en Barcelona ha brindado a la política catalana una nueva oportunidad para asombrar a propios y extraños: ERC, partido de gobierno en Cataluña, rechaza el encuentro entre los dos gobiernos, encabezados por Pedro Sánchez y Emmanuel Macron, y apoya la manifestación que repudiará públicamente la cumbre. Sin embargo, el presidente de la Generalitat y líder de Esquerra, Pere Aragonés, sí que saludará a los presidentes.
No sé qué pretende Esquerra al sumarse a partidos y organizaciones radicales en el rechazo a la cumbre, pero su actitud refuerza algunas dinámicas que, cabría pensar, no favorecen a la ciudadanía y, aún menos, al independentismo. Así, se contribuye a deteriorar la percepción del conjunto de Cataluña, no solo ante españoles y europeos, que no deben entender nada, sino que, también, ante muchos catalanes que se van distanciando afectivamente de su propio país. En unas circunstancias en que, por ejemplo, deberíamos favorecer la vuelta de sedes empresariales que huyeron en los momentos más tensos del procés, les damos argumentos para su no retorno.
De otra, lo que se consigue es alimentar el discurso de Partido Popular y Vox cerca de las elecciones municipales y autonómicas y no tan lejos de las legislativas. Por si no se les había fortalecido ya bastante en las últimas semanas con la modificación legislativa de la rebelión y la malversación, que puede tener su sentido, ahora esta innecesaria e inútil vuelta de tuerca. Uno puede llegar a creer que la aspiración independentista es ver a los de Abascal en el consejo de ministros. Y, finalmente, con este rechazo a la cumbre hispanofrancesa no se favorece en nada al movimiento independentista, pues no hace más que acrecentar su descrédito ante la Unión Europea.
Lo único que puede animar a un partido de gobierno como Esquerra a participar en la manifestación de rechazo, es mostrarse cerca de algunos de los suyos, no sea que sus votantes les culpen de tibios. En las actuales circunstancias, de enorme complejidad social y económica, resulta que se prioriza satisfacer a los más radicales con una actuación extravagante e inane como la que nos ocupa. Así vamos.