Que el president de la Generalitat diga que el Rey no es un ejemplo de rectitud no es de recibo, por mucho que lo suelte en el discurso insulso de Navidad. ERC no cuenta con argumentos firmes para hablar de rectitud, después de lanzar el órdago del referéndum definitivo. En el límite, antes de la consulta, se impone ahora un derecho a decidir en el antepalco de 2023. ¿Churro, media manga o manga entera? pregunta Sánchez montado en las Notas de Berlanga ¡Media manga! (derecho a decidir) responde el separatismo ganso. Es el gradualismo del desconsuelo, después del no rotundo de Sánchez al Referéndum; y no deja de ser otro bidoncito de gasolina para mantener el fuego de la España irredenta.
¿Qué les da Pedro Sánchez? Un tiempo sin memoria, algo que, por lo visto, ellos desconocen. Aragonés no sabe que Moncloa, el “aliento del espíritu sobre las aguas”, tiene malas pulgas: el día que la matemática parlamentaria le resulte favorable, asistiremos a la decapitación del cantonalismo.
Ahora que el Museo del Pardo anuncia la excarcelación de las colecciones de arte confiscadas del ex alcalde de Madrid, Francisco Rico, merecedor de un Mazzantini, y del rotundo forjador de la minería y la siderurgia vascas, Ramón de la Sota, podríamos hacer las paces al amparo de la Ley de Memoria Democrática. Pues no. Ya están aquí de nuevo todos los Papeles de Salamanca que faltan para negar la mayor. A los catalanes siempre nos quedará algo por reclamar, o nos sobrará algún derecho español, como el de conquista, que dijo Torrente Ballester.
A falta de un Juan sin Tierra al que echarle la culpa, Felipe VI se abraza al 78, en su discurso de Navidad. Señala tres amenazas: “división de la sociedad”, “deterioro de la convivencia” y “erosión de las instituciones”. Al monarca le sobra equidistancia y le falta rotundidad. Aunque su exposición fue un ejercicio de responsabilidad ante la exasperación de la política, conviene matizar que su arbitraje debería ser más claro. La democracia no se mide por las amenazas y peligros a los que está expuesta. Tampoco está arrumbada por gentes que llegan de desiertos lejanos, “armados por creencias trascendentes y coraje para reproducirse hasta crear minorías dominantes”, como escribe el docto camarada Zarzalejos, en El Confidencial. La democracia tiene enemigos claros, como Trump, Johnson, Bolsonaro, Abascal o Urban y estos enemigos no son precisamente las corrientes migratorias, aunque ellos las utilicen de pretexto.
La debilidad doctrinal de la derecha moderada es otro argumento para medir la endeblez de una democracia. Núñez Feijóo, ausente en el 35% de las votaciones en el Senado, no ha sabido aprovechar el malestar que producen las reformas de la malversación y la sedición. Superada su luna de miel, Feijóo no repunta, mientras esperamos su programa que nunca llega. ¿Qué le da Sánchez al líder de la oposición para mantenerlo a raya? Paquetes legislativos que superan el trámite parlamentario por mayoría, gracias a las alianzas indignas, pero legales. Le aplica rodillos como los que exhibe en la negociación de los Presupuestos Generales del Estado.
Según el instituto Genderedpsyche, una abrumadora mayoría de ciudadanos españoles piensa que las personas que se dedican a la política persiguen conseguir poder (88%), promocionarse (72%) o enriquecerse (71%), mientras que sólo una minoría cree que nuestros representantes persiguen servir a los ciudadanos (7%), mejorar el mundo (7%), o resolver los problemas. Lo que se grita en la Cámara es lo que subyace en un país de Rey desnudo y deseo de aniquilar al adversario. Cuando en el Congreso crece la ciénaga, en la calle se instala la desconfianza.