Dicho así, de una manera literal y a secas, es una barbaridad. La escritura y lectura de tuits está plagada de explosivas minas. Es muy difícil conocer con exactitud cuál ha sido la intención del autor de un tuit. Ni siquiera el que escribe puede prever cuál va a ser la reacción de los lectores. Por esta deriva bizantina, Twitter se ha convertido en un espacio para diálogos absurdos o con dobles o más sentidos. Asumida esa regla de la confusión, en esta red todo vale.
Hace días un usuario escribió: “No se han muerto aún suficientes andaluces”. Pretendía ser un comentario a la noticia que Cristina Farrés había publicado sobre los resultados de una encuesta electoral ante las próximas elecciones municipales en Santa Coloma de Gramenet. La actual alcaldesa socialista, Núria Parlon, revalidaría su holgada mayoría absoluta, y Gabriel Rufián, al frente ahora de la candidatura colomense de ERC, apenas conseguiría un concejal más, pasando de tres a cuatro.
El efecto Rufián tiene varias caras. Si a los candidatos a diputados que desembarcan en provincias que ni conocen se les llama cuneros, a los mismos que lo hacen en municipios se les suele denominar paracaidistas. La candidatura de Rufián confirma el perfil más antidemocrático y despreciable de la partitocracia actual y de buena parte de la clase política de nuestro país. Rufián no es un político viejuno, es un carca en toda regla.
La segunda cara del efecto Rufián es un ejercicio de absoluta falta de credibilidad y honestidad democrática de la que, paradójicamente, alardean. El diputado que en diciembre de 2015 se dio 18 meses para abandonar las Cortes y regresar a la República catalana no solo no cumplió su palabra en 2017, ni siquiera durante aquel inolvidable mes de octubre o, si me apuran, durante los segundos que se alargaron las esperpénticas declaraciones de independencia de su colega Forcadell y de su presidente Puigdemont. No. Ahí sigue, y encima asegura que compatibilizará el escaño con la concejalía. Sí señor, sin vergüenza ni complejo alguno.
Y, por último, la tercera cara del efecto Rufián es ya la comentada y más que conocida táctica con la que los republicanos pretenden acelerar los tiempos de su estrategia independentista hacia el triunfo final. Este movimiento tiene ahora como principal objetivo el asalto a la Cataluña no separatista, primero aumentando su presencia municipal y con el húmedo sueño de terminar ocupando sus alcaldías.
El principal obstáculo u oposición a esta táctica sigue siendo la generación de boomers, inmigrantes o descendientes de inmigrantes andaluces en su gran mayoría que aún siguen vivitos y coleando. Habría que esperar a la progresiva desaparición de esos numerosos votantes no nacionalistas, entre los que aún quedan restos de viejos felipistas. El efecto Rufián solo conseguirá su objetivo cuando los hijos y nietos de aquellos acaben comulgando con ruedas de molinos, es decir, se crean a pies juntillas que el independentismo es una ideología de liberación nacional, sin atisbo de sectarismo, totalitarismo y xenofobia, sus caracteres definitorios desde sus orígenes, hace algo más de cien años.
En definitiva y para decirlo en andaluz, es posible que sea por las prisas o el exceso de iluminación, pero los que han diseñado y creen en el efecto Rufián puede que sean unos “fartuscos”. El resto de calificativos los encontrarán en Twitter. Se asombrarán con el rico léxico andaluz que aún se usa en Cataluña, un admirable ejemplo de resistencia lingüística, cotidiana y familiar, que encima está sobreviviendo a sus muertos.