En mi opinión, Junts per Catalunya se ha equivocado, puesto que permaneciendo en el Govern podía llevar a cabo con más facilidad su única función, que es perjudicar tanto como puedan a Cataluña. No digo yo que no sean capaces de hacerlo desde la oposición, seguro que dedicarán a ello todas sus fuerzas intelectuales, aunque hay que reconocer que son más bien escasas en todos y cada uno de sus cuadros, más escasas cuanto más alto es el cargo que ostentan, hasta llegar a la cúspide, sita en Waterloo. Pero desde dentro de la Generalitat es mucho más fácil perjudicar a los intereses de los ciudadanos. Lo han estado haciendo a la perfección durante los últimos años y ahora por una rabieta pierden la gran oportunidad de acabar de hundir a Cataluña. Esas decisiones se deben tomar más en frío.
Algunos analistas creen que lo peor que les va a suceder a los junteros –o como se llamen los pertenecientes a este club– es que perderán los cargos y los dineros que estos llevan aparejados, más de 20 millones de euros anuales, según ha salido publicado en los papeles. Nada de eso. Lo peor va a ser estar comiéndose las uñas porque cada día van a perder oportunidades de perjudicar a los catalanes.
–¿Ves? Si estuviéramos en el Govern, hoy habríamos podido decretar la prohibición de fumar hasta dentro de casa.
–¡Eso no es nada! Ayer podríamos haber empeorado un poco más las universidades.
Desde fuera podrán gritar, podrán llorar –eso se les da muy bien– y podrán incluso lanzar proclamas incendiarias, pero perjudicar, lo que se dice perjudicar, se les ha terminado. No tardarán en añorar todos estos meses en los que podían dañar los intereses de todos sin ni siquiera salir de su despacho. La independencia nunca fue el objetivo, el objetivo era hundir a Cataluña en la miseria, no me pregunten por qué, no tengo ni idea. No se lo pregunten tampoco a sus dirigentes, tampoco tienen ni idea. Quizás tienen este objetivo porque es lo único que se les da bien. No hay nada que reprocharles, cada uno ha nacido con alguna habilidad en concreto y es su obligación cultivarla, y Junts consiguió reunir en su seno a los mejores expertos en lesionar a un país y a sus ciudadanos.
Tal vez ahora, lejos del poder, deban contentarse con perjudicar a sus familiares y amigos, a la gente más cercana. No será lo mismo que poner zancadillas y palos en las ruedas a todo un país, pero tal vez les sirva como sucedáneo, igual que la metadona a los yonquis. Además, en algo tendrán que emplear el tiempo libre del que van a disponer ahora, y eso es lo único que saben llevar a cabo de manera eficaz.
Sé de buena tinta que para afiliarse a Junts se le preguntaba al candidato si se veía capaz de destruir algo, lo que fuera, un matrimonio, una amistad, hundir una empresa, envenenar a una mascota, instalar un virus en un ordenador, dejar a un abuelo sin pensión. Solo si acreditaba su eficiencia en alguno de estos ámbitos, se le concedía el carnet del partido y el preceptivo lacito amarillo. Si lo acreditaba en más de uno, optaba a cargo en cualquiera de los muchos chiringuitos que la Generalitat tiene siempre a disposición de sus fieles.
¿Y ahora qué? Imagino que en estos momentos bastantes dirigentes de Junts temen que su peor pesadilla se torne realidad: que las cosas funcionen mínimamente bien en Cataluña. Todos los meses de esfuerzos destruyendo todo lo destruible, tanto económica como socialmente, corren el peligro de haber sido en vano. Como la esperanza es lo último que se pierde, les queda la ilusión de que, a causa de su partida, todo vaya de mal en peor. Se equivocan: en eso ellos eran los mejores, nada ni nadie podrá sustituirles.