¡Match ball! Junts rompe el equilibrio y pone en marcha una recomposición del mapa político catalán. Es la defunción de la vía unilateral; pero hay partido. Carles Puigdemont no será finalmente un jarrón chino, mero adorno del silencio; se ha convertido en el jarrón veneciano al estilo de las narraciones de Agatha Christie, epígono de la arquitectura enigmática del crimen, cuyo responsable en este caso es Junts. Puigdemont, el ganador de la consulta a las bases de Junts, es también el culpable. Le jalean la presidenta del partido rupturista, Laura Borràs, junto a sus fieles, Madaula, Rius, Batet y Matamala. Y el abogado Cuevillas, que ya diseña la última escisión convergente: la implosión final.
Al romper el Govern, Junts hace añicos la presidencia de la Generalitat, sostén institucional del país. Es verdad que la pobreza presupuestaria le confiere a la Generalitat el rango magro de diputación provincial, pero a pesar de todo su presidencia simboliza el poder de la Comunidad Autónoma, respetado por sus ciudadanos. Después de perder el 52% del consenso, el gradualismo de ERC trata de salvar la institución tocada de muerte.
Laura Borràs considera que Pere Aragonès es un presidente ilegítimo. No acepta que, cuando la institución y la ley se caen, no cabe sino recoger sus trozos, juntarlos y volver a ponerlos en lo más alto. La dama que presidió el Parlament –segunda gran institución del país— sigue templando gaitas como si tal cosa, pese a tener una imputación judicial por malversación. Mientras dura la bronca partidista, la calle se pregunta cuál será el cometido de Junts en el Parlament si se tiene en cuenta que la Cámara catalana ya tiene un jefe de la oposición, que es Salvador Illa, del PSC. Aragonès, a partir de sus 33 diputados frente a un total de 102, recompone su Ejecutivo y espera el apoyo a los Presupuestos, que contienen dos carpetas en una: la del exconsejero de Economía Jaume Giró, de corte liberal y la que se abre a un pacto con la izquierda. El PSC (también con 33 diputados) rechaza entrar en un nuevo Govern, pese a que Pedro Sánchez haya dicho que es necesario mantener la unidad institucional. Por su parte, ante la prueba de fuego de las cuentas públicas, los comuns (8 diputados) de Jéssica Albiach ofrecen un acuerdo sin reservas que puede acabar situándolos en el Govern.
La minoría de ERC tiene por delante la travesía de las cuentas llena de dificultades. A la Generalitat de Cataluña le corresponden 3.098 millones de euros más para el próximo año, hasta alcanzar los 26.650 millones en transferencias, según el balance del Consejo de Política Fiscal y Financiera previsto para 2023. Pero la llegada de esos recursos solo sería automática con la aprobación de los números, que se someten ahora al trámite parlamentario. El porcentaje de los ingresos del Estado destinados a inversión en infraestructuras que corresponde a Cataluña está muy por debajo de lo que ordenaba la vaporosa y desaparecida disposición adicional tercera del Estatut.
Para relanzar la unidad sobre su falsa probidad, el nacionalpopulismo esperará a que Núñez Feijóo llegue a la Moncloa. Pero, de momento, el mundo será transversal. Mientras mande el PSOE en Madrid, habrá una posibilidad de entendimiento entre Cataluña y España y, paralelamente, una clara desunión en el seno de la Cataluña soberanista. Se impone la inteligencia reptiliana de la que Aragonès y Oriol Junqueras son deficitarios.
El odio es el preámbulo del crimen. Los grandes detectives de la novela de misterio tienen claro este principio. En el Orient Express de Agatha Christie, el detective, Hércules Poirot, determina, en la escena final de jarrón veneciano, la verdadera identidad del asesinado para descubrir los motivos del crimen. Y algo parecido ocurre en Asesinato en el campo de golf, en El Misterio del tren azul o Peligro inminente. En estos relatos se conjugan el resentimiento del asesino (Carles Puigdemont) y la fatua personalidad del asesinado (Pere Aragonès).