Los italianos regresan a casa desde Abisinia, culmen del sueño colonial del Duce. La voz de Benito Mussolini resuena por encima de los vítores a Hitler homenajeado en mayo de 1938. Una ama de casa, Sofía Loren, y un periodista despedido de la radio por homosexual, Marcelo Mastroiani, mantienen un encuentro casual. Lo cuenta Ettore Scola en su relato Una giornata particolare.

¿Quién dijo que la historia siempre se repite? Hace pocas horas, las ultrajantes casacas negras celebraron la victoria de la chabacana Giorgia Meloni, que aparece en Tiktok con un melón en cada mano delante de sus pechos. Muy cerca de la solemnidad de Bernini, del Quirinal o del Palazzo Corsini, la lideresa de Fratelli recupera de repente la chinería del estilo sucio, marcado por los cambios de tamaño y el uso de materiales lacados. Lamentable; despiadadamente cutre.

Italia, el teatro de operaciones de la cultura occidental, no se inmuta; la patria de Leonardo y Miguel Ángel reitera su plenitud de vida y conocimiento, más allá de haber caído como el último bastión de la democracia. Cuando todo es ficción, nada es ficción. Mientras en Bruselas se desata un cabreo monumental por la victoria de Meloni, en la Europa del Sur se abre a dentelladas el “síndrome de Polonia”. La cornisa del Cáucaso se acerca al occidente europeo y los vientos del Piamonte la empujan hacia nuestro mar. Pero no pasa nada como casi siempre en el país transalpino. Un día más, el pesto y el antipasto solemnizan la amistad entre vecinos; en la Fenice de Venecia suena Leoncavallo; en la Scala, siempre dan un Verdi y en el Teatro romano de Pompeyo las estatuas con exedras, situadas sobre capitales de mármol amarillo, duermen en silencio al paso de las brigadas.

Meloni, euroescéptica, levanta la bandera del chovinismo de la Europa de las naciones. No acepta la transferencia de poderes hacia Bruselas, pero no propone salir de la UE, porque le hacen falta los 200.000 millones de euros de los fondos Next Generation. El voto actual de Meloni no procede del sector más vulnerable económicamente, sino de los segmentos de población instalados. Es la diferencia entre el clásico populismo, clavo ardiendo de los pobres,  y el nuevo populismo de patrimonio. Meloni ha sido aupada por el voto en zonas con niveles de renta elevados. A su lado están Berlusconi y Salvini, este segundo, la voz del nacional populismo tronado de la Lombardía, que quiso ser una nación independiente en la etapa de Umberto Bossi.

¿Habrá marcha sobre Roma? No, hoy todo es amago, pero aquella Marcha su Roma de Mussolini, que marcó el final del sistema parlamentario e instauró el régimen fascista, empezó también a la italiana. Pese al despliegue de milicias, el Duce manifestó entonces que estaba de acuerdo con la constitución italiana (Statuto Albertino) y después la abolió.

Queda además una duda por resolver: la abultada victoria del bloque de la derecha (44%) le ha entregado a Berlusconi la llave de estos comicios. El magnate, embutido en botox y robotizado a lo Joker por la cirugía estética, podría decantar la balanza hacia el otro lado, si Meloni no le da lo que quiere. El dueño del llamado imperio de las cuatro emes –Milán, Mediaset, Mondadori y Mediolanum— se tambalea e Il Cavaliere quiere dar el último golpe político sobre la mesa.

Tristeza, ante el nuevo amanecer italiano. Me identifico con Mastroiani, mirando a Sofía con ojos de carnero degollado, en la obra de Ettore Scola.