Para muestra un botón. Cuando el conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, destituyó a Josep Lluís Trapero y remodeló la cúpula de los Mossos d’Esquadra, anunció a bombo y platillo que se iniciaba una nueva etapa en la policía catalana. Un periodo, afirmó, presidido por otro estilo directivo, coral, sin personalismos y fuera del espectáculo político. Nueve meses después de aquel anuncio, este cuerpo de seguridad desgraciadamente vuelve a ser noticia. Mal asunto cuando los problemas de Interior salen al exterior. Los medios de comunicación recogen la exigencia del actual jefe de los Mossos, Josep María Estela, de que su numero dos, Eduard Sallent, haga mutis por el foro. La petición pone en evidencia que lo coral no existe y que lo que hay en realidad suena desafinado. De nada ha servido que desde el Govern, a principios del verano, se les aconsejara a estos mandamases policiales cohabitar con profesionalidad y elegancia.
Pero lo más lamentable de este tipo de asuntos es que un gobierno, como el que preside Pere Aragonès, moralmente no esté legitimado para pedir esfuerzos extra de cordialidad a sus funcionarios. Un Govern incapaz de mostrar cohesión y unidad de criterio, un Govern en el que cada cual campa a sus anchas, no es precisamente un ejemplo ni un modelo a seguir. Y eso, y muchas cosas más, seguramente se lo dirá la oposición al Ejecutivo esta semana en sede parlamentaria.
Mucho me temo que el president de la Generalitat va a acudir al debate de política general con el guión hecho, surfeando y sin mojarse en exceso. Nos obsequiará con los mantras de rigor sobre la autodeterminación y la amnistía para pasar, acto seguido, a predicar las bondades del diálogo; sorteará, con displicencia estudiada, los envites más agresivos de las derechas; intentará tentar a Jéssica Albiach con cuatro caramelitos de cara al futuro; procurará que el cuerpo a cuerpo con Salvador Illa no le emplace y le obligue a abrir un diálogo entre los partidos catalanes. Pedirá la unidad de los independentistas, e intentará llegar hasta el mes de diciembre sin que los de Laura Borràs le fastidien la legislatura; decorará, la situación obliga, su discurso con un paquete de medidas anticrisis... Eso sí, es probable que tenga que lidiar con alguna que otra singularización que los de Junts quieran plantear.
Los de aquí, y los de Waterloo, quieren seguir en el candelero. Les va la vida política en ello. Quizás Aragonès camine sobre el filo de la navaja cuando, al hablar de Presupuestos, en su cabecita resuene un aullido tenebroso diciendo: ¡Con los socialistas no! Y otra voz más sosegada le recuerde que se debe al bien común, que los números han de salir, que el patio no está para atender las frivolidades de los resentidos. Mucho me temo que así pasara el debate un Govern que desafina en lo coral y chirría en lo político.
¿Y mientras tanto? Mientras todo eso ocurra en el hemiciclo, en otro lugar, los voluntarios de los bancos de alimentos nos dirán que las ayudas no son suficientes, que la pobreza afecta cada vez más a los jóvenes, las discriminaciones continúan y la violencia y los odios se disparan. Y lo cierto es amigos, y me duele decirlo, que una extraña sensación de malestar e inseguridad penetra en puntos neurálgicos de nuestra sociedad. Cuando eso ocurre siempre hay alimañas al acecho prometiendo maravillas y pócimas mágicas. Tal como van las cosas en Cataluña, si el Govern, sin coro y sin decoro, se empeña en recitar sus viejos sonsonetes en el Parlament sin arriesgar, que a nadie le extrañe que el eslogan "no nos representan" haga fortuna.