Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2021 el la gente en riesgo de pobreza o exclusión social alcanzó el 27,8%, personas a las que se añadirán quienes se encuentran ya en vías de vulnerabilidad.
La izquierda en el Gobierno de España, PSOE y UP, debería ganar de calle las próximas elecciones generales, puesto que está tomando grandes decisiones para paliar o revertir los efectos de las crisis. Los dos últimos decretos atenuantes han supuesto inversiones superiores al 1% del PIB.
Sin el Gobierno de izquierdas no habría habido el ingreso mínimo vital, las subidas del salario mínimo interprofesional, el cobro del paro durante el ERTE, el aumento significativo de las pensiones, la reforma laboral ni la batería de medidas que han evitado un mayor sufrimiento a la población vulnerable.
Sin embargo, encuestas recientes apuntan que el triunfo electoral de la izquierda no está asegurado. Resulta que la mayoría de los vulnerables se abstienen y parte de los que finalmente votan lo hacen a candidaturas de Vox o del PP, que nunca harán nada por ellos.
Esta paradoja, vulnerables que no votan a los únicos que por su ideario político pueden ayudarlos, no es exclusiva de España, pero aquí se da con uno de los gobiernos socialdemócratas de la UE más comprometidos con la lucha contra la desigualdad social.
Comprender por qué a la izquierda le cuesta tanto ganar las elecciones y poder gobernar es imprescindible tanto en interés de la propia izquierda como para encontrar explicación y remedio a los desequilibrios de nuestras sociedades desarrolladas, instaladas en la aceptación, fatalista o interesada, de la creciente desigualdad de carácter estructural.
Intentaré aportar un par de reflexiones.
La izquierda parece haber olvidado el rico constructo teórico de Antonio Gramsci sobre las utilidades de la hegemonía cultural, sin la cual no habrá hegemonía política, ni siquiera una cierta igualdad en la arena electoral de la democracia parlamentaria, y ello repercutirá inevitablemente en las tendencias de participación y de voto.
Hoy la hegemonía cultural realmente existente está lejos de los valores sociales de la izquierda. Todo en la sociedad de consumo, pilar de esa hegemonía, tapa la sociedad de producción donde tiene su origen la desigualdad primaria, y lleva a la ocultación de los problemas reales hasta su invisibilidad, incluso para los que los padecen inmersos en la desigualdad.
Lo superfluo en consumo y en percepciones prima sobre lo necesario y esencial. La desigualdad y sus causas no están en las portadas de los medios, ni en las mesas de tertulianos, ni en los foros de debate, incluido el Congreso de los Diputados. Todo lo ocupa la intrascendencia, el entretenimiento, la distracción de lo real hasta la alienación.
Los vulnerables no se ven identificados, concernidos por el peloteo dialéctico sobre cuestiones que no les importan porque se hallan apremiados por cotidianas urgencias ni, en consecuencia, se sienten motivados para votar a la izquierda, a la que no deslindan de lo que ven como el “tinglado establecido”.
Bajo esa hegemonía cultural la izquierda no levantará cabeza o lo hará circunstancialmente, lo que no resiste más de una legislatura.
La izquierda de los últimos años vive un “extraño” éxito que la va alejando de los vulnerables. Hoy votan a la izquierda las capas ilustradas de la clase media alta e incluso sectores de la burguesía, mientras que un número creciente de los vulnerables que votan eligen no tanto al PP como a Vox, que les habla (demagógicamente) de cuestiones que sienten próximas, la inmigración, la inseguridad (solo la de la calle), los okupas de viviendas, la carestía de la vida, etcétera y, al mismo tiempo, les inocula su desprecio por todo lo que motiva a los ilustrados.
Los dirigentes de la izquierda, satisfechos de ese éxito (relativo), acentúan en su discurso y programa lo que motiva a los ilustrados, cambio climático, calidad de vida, igualdad de género, leyes sociales, etcétera, lo que, en un círculo vicioso, acelera el alejamiento de los vulnerables, que no se sienten comprendidos por esa izquierda ni esperanzados en ella para votarla. Además, la presión de unos y otros hace rechazable a los vulnerables lo (positivo) que motiva a los ilustrados.
Por supuesto, la izquierda no ignora la desigualdad, al contrario, la tiene muy presente, pero no encuentra ni el relato ni la proximidad para ser comprendida y creíble ante los vulnerables. De un lado y del otro se camina hacia el desencuentro.
La izquierda tiene que rectificar el tiro y priorizar lo que realmente preocupa a los vulnerables, y si la preocupación fuera equivocada explicarlo y combatirlo culturalmente, aunque esa rectificación le hiciera perder puntos del voto ilustrado.