Valerio Bispuri (Roma, 1971) estudió Literatura en la universidad, pero poco después de graduarse decidió que dedicaría su vida al fotoperiodismo. Colaborador en diversos periódicos italianos y extranjeros, como La Repubblica, Internazionale, Paris Match, Stern y El País, tuvo siempre muy claro que lo suyo no era cubrir temas de actualidad ni conflictos, sino buscar una mirada más profunda a la humanidad, por mucho que sus proyectos le llevaran más tiempo que una fotonoticia. Su objetivo, como describe él mismo en todos sus libros y proyectos, ha sido retratar aquellos individuos que por un motivo u otro han sido privados de libertad. Y eso incluye desde adictos a las drogas en los suburbios de Buenos Aires, la ciudad donde vivió durante más de 10 años y le sirvió de base para sus viajes por Hispanoamérica, a los presos de las cárceles sudamericanas o las víctimas de alguna enfermedad física o mental.
Su primer proyecto, Encerrados (2015), con el que consolidó su prestigio internacional, es fruto de 10 años visitando 74 cárceles de toda Sudamérica “con el fin de reflejar verdades humanas universales como la desigualdad, el sufrimiento y la supervivencia, más allá de retratar a meros delincuentes”, escribe el fotógrafo en el fotolibro con el mismo nombre, con prólogos de Roberto Saviano y Eduardo Galeano.
Drogas y enfermos mentales
Más adelante presentó el proyecto Paco (2017), donde explora las historias de los suburbios argentinos y las vidas quemadas por el paco, una droga mortal que destruye el sistema nervioso y lleva a la muerte en pocos meses. En 2019, ya de regreso en su Roma natal, presentó Prisioneros, un trabajo fotográfico y antropológico que resume sus visitas por las cárceles de Italia.
Tres años después, Bispuri, sin abandonar su línea de trabajo –retratar las vidas de las personas privadas de libertad por el motivo que sea—, acaba de presentar su cuarto proyecto, En las habitaciones de la mente, una serie de fotografías en blanco y negro sobre los enfermos mentales en África e Italia, que pudo verse hasta el pasado fin de semana en el festival internacional de fotoperiodismo Visa Pour l'Image 2022 de Perpiñán.
“Fantasmas de ojos vacíos”
En En las habitaciones de la mente, Bispuri se adentra en los universos psiquiátricos de varios centros de acogida para enfermos mentales en Kenia, Togo y Benín, donde conviven encerrados hombres, mujeres y niños, “fantasmas de ojos vacíos o perdidos, para los que no se aplica realmente ningún tratamiento individual. Todos, adultos y niños, tienen acceso a un protocolo terapéutico idéntico”, explicó el fotoperiodista en una entrevista reciente con L’independent.
Sus fotografías muestran pacientes acurrucados en un colchón o sobre los listones de una cama, con los ojos muy abiertos, como absortos, transmiten una sensación de aturdimiento e inmovilidad, de estar viviendo al margen del mundo.
Temen a los “locos”
“En África, algunas personas consideradas dementes son abandonadas a su triste suerte y a veces atadas a un tronco de árbol, ante la indiferencia general de los aldeanos. Otros están escondidos, encerrados. A estos llamados “locos” se les teme, se les tiene miedo, se les aparta para, en cierto modo, evitar tratarlos”, añade el reconocido fotoperiodista.
Bispuri puso en marcha este proyecto en 2018 estando en África y lo continuó en Italia durante la pandemia. En 2021, regresó a Benín y Togo para terminar el trabajo, que también podrá verse en el Palazzo dei Musei de Módena, Italia, hasta el próximo 10 de diciembre en el marco de la exposición Prisioneros.
Cambios en el fotoperiodismo
“Todas mis fotos hablan sobre la libertad perdida. Creo que es muy importante para un fotógrafo mostrar a la gente invisible. Creo que mi trabajo es un trabajo antropológico, y lo importante para mí es encontrarme con el ser humano antes que con el enfermo mental, y mostrar la realidad. Por eso cada proyecto me toma mucho tiempo”, comenta el fotógrafo romano, que dice sentirse decepcionado por la dirección que está tomando el fotoperiodismo: “Todo está enfocado en el presente, en lo instantáneo. Prefiero tomarme mi tiempo para crear cosas que duren”.
Lejos de interesarse por guerras, conflictos y actualidad, lo que pretende con su enfoque es “mostrar el mundo de las personas invisibles, olvidadas por todos. Los presos, los drogadictos y los enfermos mentales forman parte del lado oscuro de la humanidad que nos negamos a ver porque simplemente nos aterra”, dice.
Una fotografía de profundidad
¿Por qué sus fotografías son siempre en blanco y negro? “Porque tienen más fuerza, te permiten concentrarte en el rostro de la persona, son más emotivas que una foto en color. Si haces una foto de guerra, es más natural en color. Pero para mostrar la humanidad, el blanco y negro es mejor, en mi opinión”, explicó en otra entrevista con RFI.
Ganador de numerosos premios internacionales, Bispuri insiste en que su objetivo es hacer una fotografía de profundidad: “No me interesa lo bello o lo estético”, dijo el fotógrafo, que este año acaba de publicar un libro autobiográfico (Dentro una storia. Appunti sulla fotografia (Mimesis Edizioni, 2022). “Básicamente –escribe él mismo en el libro—, creo que la fotografía combina la posibilidad de seguir siendo un niño y ser un hombre fuerte, valiente e inconsciente, donde las emociones se reflejan al mismo tiempo en la velocidad del disparo y en la lentitud de poder mirar más allá, donde el momento puede permanecer en la superficie y al mismo tiempo tocar grandes profundidades, y donde el instinto solo funciona cuando se mueve dentro del recinto de la razón.
Las fotos que nunca hizo
El libro es en parte el relato existencial de un fotógrafo que “a la manera pasoliniana pone el cuerpo en la lucha” (como dice el prólogo del periodista italiano y exdirector de L’Espresso Marco Damilano); y en parte compendio técnico, una caja de herramientas puesta a disposición de quien quiera dedicarse a esta profesión.
Por otro lado, el libro está plagado de anécdotas personales, en las que Bispuri explica también aquellas fotos que nunca llegó a hacer. Como la de Juan, un niño de 8 años que conoció en 2008 en un suburbio de Buenos Aires mientras hacía un reportaje sobre la propagación de la droga paco en Sudamérica. En el suburbio de Lomas de Zamora se encuentra el mayor mercado ilegal del continente, la Salada, una serie de almacenes que cubren una superficie equivalente a 20 campos de fútbol donde trabajan más de 6.000 personas, con un volumen de negocio de nueve millones de dólares, según cuenta en el libro. La madre de Juan era traficante de paco y un día, sin que se diera cuenta, el pequeño se comió tres dosis pensando que esas bolsitas de polvo negro que había preparado su madre eran caramelos.
“Su cuerpo se desmoronó, su sistema nervioso falló y quedó paralizado. Cuando le conocí era piel y huesos, le daban de comer con una pajita, sus grandes ojos negros se movían salvajemente: era la única forma que tenía de comunicarse”, escribe Bispuri. “Alrededor de su catre de madera y tela raída había fotos de cuando jugaba al fútbol. Las miré, me volví hacia Juan y no disparé. No podía equilibrar lo que sentía en ese momento con lo que veía en el visor de la cámara. Las emociones me dominaban y no dejaban espacio para la concentración, para el elemento fundamental de enmarcar lo que sentía por dentro y no solo lo que veía por fuera”, añade. Esa imagen, pues, a pesar de ser estéticamente fuerte, no añadía nada a lo que estaba contando; “al contrario, desplazaba la historia a un frente completamente diferente”, concluye.