Una vez más, el BCE se ha equivocado. En tres meses, el banco central ha pasado del blanco al negro, cambiado sus prioridades y dado un completo giro a su política monetaria. En junio, sus medidas impulsaban el PIB y la inflación de la zona euro, a pesar de que la última ya alcanzaba el 8,6%. Por eso, su tipo de interés principal se situaba en el 0% y la entidad compraba 20.000 millones de euros de deuda pública y privada.
En septiembre, sus actuaciones buscan reducir rápidamente el nivel del IPC, sin preocuparle sus negativas repercusiones sobre la economía europea, situada a un paso de la recesión por la crisis energética. Por dicho motivo, el banco central ha subido más que nunca sus tres tipos de interés (un 0,75%) y anunciado la realización de algunas alzas adicionales en los próximos meses.
Entre junio y septiembre, el tipo principal del BCE ha pasado del 0% al 1,25%. Los beneficiados serán pocos y los perjudicados muchos, pues el anterior aumento influirá negativamente sobre la actividad económica. Ente los primeros destacarán las entidades financieras, los ahorradores conservadores y las empresas con una gran tesorería. Entre los segundos lo harán las familias y las compañías endeudadas a tipo flexible.
La indicada subida proporcionará a los bancos un elevado incremento de beneficios, pues el plus obtenido por cada euro prestado a tipo variable superará el pagado a los tenedores de cuentas corrientes y depósitos a plazo fijo. Cuando suben los intereses, el aumento de los tipos de los préstamos suele ser más rápido y de mayor cuantía que los del ahorro.
Los principales motivos del gran aumento de los tipos de interés son los siguientes:
1) La inflación en la eurozona alcanza su máximo histórico. En agosto, el incremento interanual de los precios se situó en el 9,1%, siendo el nivel más elevado desde la creación del euro. En dos meses, la inflación ha subido 0,5 puntos, siendo este un aumento preocupante, pero no escandaloso. No obstante, el médico (el BCE) ha cambiado completamente de opinión y ha pasado de recetar vitaminas al paciente (la zona euro) a administrarle quimioterapia.
2) La credibilidad del BCE estaba en duda. La misión esencial del banco central es el control de la inflación. En la reunión del 9 de septiembre, los miembros del Consejo de Gobierno consideraron que aquella estaba descontrolada, pues se situaba muy por encima del nivel deseable a medio plazo: un 2%. Así pues, la credibilidad del BCE estaba en juego y había que defenderla con un gran golpe de efecto.
Por tanto, los sheriff de gatillo fácil (conocidos como halcones) ganaron el partido por goleada a los contemporizadores (denominados palomas), pues estos no opusieron ninguna resistencia. Agacharon la cabeza, asumieron la derrota y votaron a favor de una subida del 0,75% de los tres tipos de interés del BCE.
3) La elevada depreciación del euro respecto al dólar. Entre el 1 de enero y el 8 de septiembre, la divisa europea se depreció un 12,1% en relación a la americana. Una evolución generadora de un aumento del IPC en la eurozona al encarecer los bienes procedentes del área dólar y disminuir la competencia entre las empresas europeas y muchas de las foráneas.
Una de las maneras de evitar la importación de inflación consiste en reducir el diferencial de tipos entre la Reserva Federal y el BCE, especialmente si la anterior medida es complementada con una declaración por parte de la presidenta del segundo de que este será tan duro como aquel en la lucha contra las excesivas subidas del nivel general de precios. No obstante, la disminución de dicho diferencial será muy difícil de lograr, pues la futura coyuntura económica de la zona euro muy probablemente sea bastante peor que la de EEUU.
Las anteriores explicaciones no me convencen, siendo las razones las siguientes:
1) Una escasa subida de los salarios. En el primer semestre, los salarios en la zona euro aumentaron en promedio un 2,5% y se situaron muy por debajo del 7,1% de la inflación media. Por tanto, la generación de grandes subidas salariales en los dos próximos ejercicios está casi descartada, siendo estas las principales culpables de una tasa de inflación elevada y prolongada.
2) La reducida efectividad de la gran subida de tipos. En el mes de julio, el IPC llegó al 8,9%, siendo el 68,5% de la inflación generada explicada por la energía y los alimentos. En relación a ambos epígrafes, el gran aumento de los tipos de interés tiene una exigua eficacia, pues el elevado nivel de precios actual no es una consecuencia de una gran demanda de bienes, sino de uno de escasa oferta de numerosas materias primas y del sistema de fijación de precios del mercado mayorista de la electricidad al vincular este el precio de la luz al del gas.
Indudablemente, si las futuras subidas de tipos de interés del BCE llevan a la zona euro a una gran recesión, la demanda mundial de materias primas disminuirá, su precio también lo hará y la inflación bajará. No obstante, la bondad del remedio es equivalente a la de la amputación de las dos piernas a un enfermo cuyo único problema es una herida curable con un antibiótico en una de ellas.
3) La entrada de la zona euro en recesión. Las restricciones energéticas, la reducción de la producción por el elevado precio de la electricidad y la considerable pérdida de poder adquisitivo de las familias llevarán a la economía europea a la recesión. La disminución de la demanda de bienes provocará una contracción de los márgenes de beneficios de las empresas y contribuirá de forma decisiva a reducir la inflación. Por tanto, elevadas y rápidas subidas de los tipos de interés del BCE son completamente contraproducentes.
4) La disminución de la demanda mundial de materias primas. La entrada en recesión de EEUU por el gran aumento de los tipos de interés de la Reserva Federal, el escaso crecimiento de China derivado de la explosión de la burbuja inmobiliaria y las repercusiones de la crisis energética sobre el PIB de la zona euro afectarán considerablemente a la demanda mundial de materias primas. Por tanto, desaparecerá el principal factor generador de la elevada inflación.
En definitiva, el BCE ha vuelto a hacer de las suyas y cometido un gran error. No es novedad, pues en distintas etapas ha metido la pata hasta el fondo. De todos los presidentes que ha tenido, el único brillante fue Draghi, quien salvó al euro en julio de 2012 y efectuó una política monetaria muy expansiva que hizo más llevaderos los negativos efectos de una fiscal contractiva.
Entre enero de 2002 y diciembre de 2007, Duisenberg y Trichet fallaron al permitir una apreciación del euro respecto al dólar del 62,8%. En julio de 2008, el economista francés volvió a errar cuando, en plena crisis por falta de demanda, subió el tipo de interés principal del 4% al 4,25%: una hazaña que repitió en 2011, al incrementarlo del 1% al 1,5%, a pesar de la aplicación por parte de los gobiernos europeos de una política de austeridad.
No obstante, el mayor error del banco europeo fue la renuncia a la adquisición de deuda durante un largo período. En marzo de 2015 la empezó a comprar, mientras que la Reserva Federal lo hizo en noviembre de 2008. En 2010, el país americano ya volvió a crecer por encima del 2%, mientras que la zona euro debió esperar siete años más. La elevada inflación que, según el BCE, debía aparecer al otro lado del océano Atlántico, nunca llegó.
Dada la larga historia de errores del nuestro banco central en su corta vida, podemos concluir que si el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, el BCE lo puede hacer en múltiples. Desde mi perspectiva, el principal motivo de sus continuos fallos es la preferencia de la mayoría de sus miembros por ser halcón en lugar de paloma. Una preferencia lógica en el reino animal, pero de consecuencias negativas muy notables en el de la economía.