Hace unos días acompañé a un amigo y a su hija pequeña al Aquarium. Pasamos una tarde fantástica, disfrutando del aire acondicionado y de ver nadar a tiburones, caballitos de mar y pingüinos, pero mi amigo se pasó la mitad del tiempo quejándose de lo pesada que es su exmujer y de que sus vacaciones estaban siendo agotadoras, porque había tenido que hacerse cargo de la niña y no había podido descansar. “¿Cómo crees que voy a reincorporarme el lunes al trabajo? Así no hay quien descanse, esto no puede ser”.
Mi amigo, además de tener una niña sana e inteligente, tiene la suerte de tener unos padres que siguen vivos y lo adoran, y un trabajo estable y bien pagado, que por supuesto se merece después de muchos años de estudio. Es cierto que sus jornadas laborales son intensas, pero le encanta lo que hace y es un profesional muy bien considerado. Sin embargo, mi amigo no está satisfecho. Le gustaría cobrar más, gozar de mayor reconocimiento, tener más vacaciones, una novia que le resuelva sus problemas de soledad, más tiempo para hacer deporte. Mientras lo escuchaba quejarse, pensaba: ¿por qué te quejas tanto si lo tienes todo?
La pregunta, por supuesto, también podría hacérmela a mí misma cada vez que me martirizo pensando que me gustaría ganar algún premio literario, encontrar trabajo en un medio estadounidense, ganar más dinero, comprarme un apartamento en el Pirineo.
¿Por qué siempre queremos más? ¿Qué pasaría si, en lugar de aspirar a la grandeza, nos propusiéramos ser “suficientemente buenos” en nuestras vidas, nuestras relaciones y nuestras sociedades?
Esto es lo que se plantea el académico y doctor en Filosofía estadounidense Avram Alper en The Good-Enough Life (Princeton University Press, 2022), un libro que pretende demostrar que nuestra obsesión por la grandeza no solo provoca estrés, ansiedad y daños en nuestras relaciones, sino también una desigualdad política y económica generalizada y la destrucción del medio ambiente.
“Hemos creado un sistema que promete unas posibilidades que en la realidad no puede ofrecer. Hay una contradicción perpetua entre las jerarquías más arraigadas y nuestros impulsos igualitarios y democráticos. Y esta contradicción produce ansiedad crónica”, dijo el autor en entrevista reciente con el Irish Times. Lo que viene a decir Alper es que en este mundo hay más talento que reconocimientos posibles, así que siempre habrá talento que pasará desapercibido.
De lo que se trata, sin embargo, no es de renunciar a nuestros objetivos y expectativas, sino de reconocer nuestras limitaciones. Aferrarnos demasiado a nuestros sueños de grandeza a expensas de otros más pequeños o parciales nos aboca al fracaso tanto práctico como moral, asegura. Y eso vale también en el plano político: ¿de qué nos sirven los políticos que se obsesionan con lograr cambios tan grandes para sus sociedades que pueden llegar a ser inalcanzables?