De ser un club de fútbol arruinado con una plantilla inoperante, el Barça se ha convertido presuntamente en una máquina de triturar adversarios, un equipo terrible. Y tan fabulosa transfiguración responde a los manejos lingüísticos del presidente Laporta, que se ha sacado de la manga no exactamente una política deportiva o económica, sino un concepto: la palanca. Las palancas, que consisten en vender parcelas del club a entidades financieras especulativas.
O sea: lo que, hasta la invención del concepto “palanca” se solía llamar “venta del patrimonio”. Pero este último término revelaría con excesiva crudeza la naturaleza de estas operaciones: renunciar a beneficios futuros a cambio de presumibles beneficios inmediatos. No está claro si la operación palanquil saldrá como Laporta prevé, pero no se le puede negar el ingenio terminológico: los periodistas han “comprado” la palabra, la saborean y la repiten con naturalidad y desenvoltura, sin cuestionarla a ella ni a lo que encubre o vela. Casi la celebran: “Aquí llega la tercera palanca, la cuarta palanca...
De manera que Laporta va desguazando el club sin que nadie le tosa, y cada semana este mago de las finanzas anuncia, la mar de gozoso, el advenimiento celestial de una nueva “palanca”. Hay que ir pensando ya en cambiar el nombre del club para llamarlo, en adelante, Futbol Club Spotify Barcelona Palanca, S.A. O bien, a un nivel más campechano, “Palanca Fútbol Club”.
En realidad nadie chista contra esta venta de patrimonio porque si bien es ridículo fiarse de las promesas de resultados de alguien que, como el presidente del Palanca, ganó las elecciones prometiendo que “se resuelve con un asado” el problema de la renovación de Messi, a quien al día siguiente expulsó sin contemplaciones; el mismo que ahora quiere impugnar y conculcar contratos firmados por sus jugadores con la junta anterior --lo cual suena a fraude indecente--… en realidad nadie sabe si las palancas son un disparate, un saqueo del club para beneficiar intereses ocultos, o un recurso obligado para recapitalizar de inmediato las arcas y mejorar sustancialmente la plantilla, haciéndola competitiva. Es imposible saberlo.
Y lo que, en cambio, sí es sabido, es que la masa de socios e hinchas del Palanca FC, por virtuosos que se sientan y por más que les guste que les acaricien los oídos con discursos sobre los “valores” del club, no aguantarían un periodo de tres o cuatro años resignándose a la modestia y la austeridad y pasando las tardes de los domingos en el estadio, pagando por ver perder a su equipo hasta que éste se vaya consolidando.
No es posible esperar tanto tiempo. El personal se enfría rápido. Hay que ganar ya.
De manera que… a apalancarse tocan.
De momento, el concepto “palanca” ha hecho aflorar por arte de birlibirloque cientos de millones de euros para comprar ases extranjeros. Esperemos que cuajen y metan la pelotita en la portería, y no pase en fútbol como pasó en política con el “procés”, que a partir del primigenio “hecho diferencial” tan fértil fue en innovaciones lingüísticas, en imaginativa creatividad conceptual, desde el mismo término de “procés” al “derecho a decidir”, pasando por slogans como “España nos roba”, “Marchémonos”, “Tenemos prisa”; y por “líneas rojas”, “blindajes”, Ítacas y demás metáforas marineras del señor Mas; creatividad que, sin embargo, condujo con gran seguridad al Golpe de Estado y al naufragio.
Esperemos que algo así no pase con el club que preside Laporta, sino que gane muchos trofeos y haga muy felices a sus hinchas. ¡Visca el Palanca Fútbol Club!