Movimiento inesperado de China sobre el tablero geopolítico: el presidente, Xi Jinping, ha invitado a Pedro Sánchez; al canciller alemán, Olaf Scholz; al presidente francés, Emmanuel Macron, y al primer ministro italiano, Mario Draghi, a un encuentro en noviembre, y en plena celebración del G-8, en Bali. Si los líderes europeos aceptan, la reunión significará el regreso de la potencia asiática a la diplomacia y a la mesa de la paz. El mundo solo se agita a partir de los núcleos de poder. En España, mientras el termómetro lo agosta todo, la Moncloa asume el control absoluto del PSOE. La dimitida Lastra era el último reducto del Clan del Peugeot, el núcleo de la turné de Sánchez, en 2016, para recuperar el control de su partido.

Dimitri Medvédev, expresidente de la Federación Rusa, señala las crisis de Boris Johnson y Mario Draghi y se pregunta quién será el siguiente en la UE, sin apenas tener en cuenta otros problemas de gobernanza en países pequeños, como Lituania, Estonia y Bulgaria. Medvédev apunta a que los próximos en caer serán Macron y el canciller Olaf Scholz. Moscú solo toca estados soberanos; así, los que un día fueron amigos de Puigdemont hoy ignoran la vocación soberanista en Cataluña. Paralelamente, algo se mueve en el Govern ante la nueva singladura de la mesa de diálogo con Madrid. Aragonès avanza; Junts le da la espalda y entra en su ocaso.

Hoy mismo conoceremos el veredicto del Parlamento italiano respecto a la continuidad de Draghi, atrapado por una troica ultra y populista formada por Georgia Meloni, Silvio Berlusconi y Matteo Salvini. Antes de llegar al desencuentro que nadie quiere, Draghi ha estado trabajando hasta el último minuto, como lo demuestra su viaje relámpago a Argelia para pactar con la empresa nacional Sonatrach el abastecimiento de gas natural a Italia. Estado.

Mientras Draghi trabaja, ganándose el sueldo al borde del abismo, aquí se produce justamente lo contrario. En Cataluña, el soberanismo se ha convertido en una infinita cinta de Moebius, permanentemente, arriba y abajo, sin detenerse, pero sin la relevancia geoestratégica que un día soñó tener. La caída de los liderazgos que azota Europa tiene un insignificante correlato catalán: las amenazas de Laura Borràs, producto de su molicie. La presidenta del Parlament destaca por su desafío trumpista después de que la fiscalía haya presentado una acusación contra ella por presuntos delitos de prevaricación y falsedad documental, derivados del fraccionamiento de contratos cuando presidía la Institució de les Lletres Catalanes. Borràs recusa al magistrado Carlos Ramos tratando de frenar el juicio oral en ciernes, cuya celebración la descabalgaría de la presidencia del Parlament. Como es bien sabido, esta misma semana, el reputado profesor y enorme crítico de la cultura Jordi Llovet ha retirado de su perfil de Facebook una publicación en la que criticaba a Borràs después de que la política de Junts lo amenazara con llevarle a los tribunales. Llovet ha peinado a la dama con la elegancia intelectual de un hombre de paz.

El clima se ha convertido en el gran obstáculo del progreso. Siete años después del Acuerdo de París, la UE pierde el pulso contra el cambio climático. La celada perfecta de Putin, combinando energía y materias primas, acompañadas ahora del calor extremo, nos arrincona. El verano y el otoño se nos harán largos, a la espera de lo que diga China, última puerta de la paz.