La reunión de Pedro Sánchez con Pere Aragonès sólo puede considerarse un éxito de la diplomacia catalana, sea eso lo que sea. Después de un par de horas de conversación en las que el president catalán hizo valer todas sus dotes negociadoras, consiguió arrancar del Gobierno español el compromiso de volverse a reunir a finales de mes.
Ahí queda eso para la historia de los encuentros diplomáticos, ríanse ustedes de la conferencia de Yalta. Una reunión que sirve para acordar otra reunión puede parecer poca cosa, pero es mucho más que nada y, lo más importante, puede sentar las bases de un no parar de reuniones, con lo bien que esas cosas dan en la prensa. Si Aragonès consigue mantenerse igual de duro en la reunión prevista para finales de julio, no es descartable que de la misma obtenga la promesa --por escrito, oigan-- de reunirse de nuevo en septiembre, a la vuelta de las vacaciones, tampoco vamos a interrumpir el veraneo y en el fondo no hay prisa alguna. Y así sucesivamente.
No es extraño que, a la salida de la Moncloa, Pere Aragonès se mostrara eufórico. No son pocos los catalanes que daban por sentado que no obtendría nada del Gobierno español, y ahí está, ha conseguido que le vuelvan a recibir dentro de un par de semanas. Casi nada. Y encima, esta vez podrá ir acompañado de miembros de su Govern, igual para la próxima le dejan llevar hasta a la familia, para que los niños jueguen al escondite por los jardines de La Moncloa, anda que no van a divertirse los zagales. Aragonès ha cerrado la boca de todos los que pensaban que era un amateur de la política y que Pedro Sánchez se lo iba a torear. No solo ha obtenido de su encuentro un nuevo encuentro, sino que lo ha conseguido sin ofrecer nada a cambio, así, como quien no quiere la cosa. Estamos ante un nuevo Kissinger, no hay duda.
En su comparecencia tras la reunión bilateral --le gusta repetir esta expresión-- que mantuvo con Sánchez, el presidente catalán manifestó que es necesario "acabar con la criminalización y la represión". Ante palabras tan sabias, nadie puede replicar, porque no se conoce persona humana que esté a favor de la criminalización y la represión, palabras tan feas que su sola pronunciación produce urticaria. Otra cosa sería concretar dónde se halla esta criminalización y esta represión --por supuesto, no en Cataluña-- pero eso Aragonès evitó precisarlo, para qué, él ya estaba más que satisfecho con el resultado de su reunión: conseguir una nueva reunión. Mejor no molestar a Pedro Sánchez con minucias, no sea que se enfade y anule la próxima reunión, eso significaría echar por tierra el logro más importante del Govern catalán en los últimos años.
--Ay, si en la próxima reunión consiguiera llegar a un acuerdo para celebrar otra reunión. Eso me aseguraría la reelección por tres o cuatro legislaturas más --sueña Pere Aragonès.
Antes de final de año hay tiempo para media docena más de reuniones en la Moncloa, con lo que esta legislatura se convertiría en una de las más fructíferas y exitosas del ejecutivo catalán en los últimos años. Es natural que, tras el encuentro con el presidente español, Aragonès no asistiera al homenaje a las víctimas del Covid, como sí hicieron el resto de presidentes autonómicos. A alguien que acaba de alcanzar un acuerdo de tal envergadura que le permite volver a la Moncloa en quince días ha de parecerle poca cosa rendir homenaje a unas decenas de miles de muertos. Además, así pudo regresar más temprano a Cataluña, para anunciar a bombo y platillo que Sánchez no pudo resistirse a sus argumentos y a su fuerza: sacó una reunión de la reunión.