El debate sobre el estado de la nación comienza tocado por vociferantes de nula elocuencia. Sánchez vuelve a ser el que “no vale, pero que nos vale”, como dijo Susana Díaz, acomplejada y derrotada junto al resto de barones socialistas, en 2016. Feijóo no responde desde el escaño sino desde el escritorio, como se dice en el lenguaje parlamentario; sale en la tele, pero no se desgasta ni se gasta, como le ocurre a Cuca Gamarra.
El PP sabrá por qué no ha explorado la posibilidad de que, desde su puesto en el Senado, Feijóo responda a Sánchez; el nuevo líder marianea, hace la de Rajoy, cuando se pasó meses sin abrir la boca en el hemiciclo, antes de lanzarse a la arena.
La política española está sumida en el griterío doméstico alejado de la geopolítica que hoy domina el mundo y nos exige metaforizar a vuelo de pájaro nuestra situación, en relación al resto de socios europeos. Estamos ya en pleno cierre del gasoducto Nord Stream I por el que Alemania, la locomotora, recibe la mayor parte del gas ruso. Mientras Moscú reduce también el suministro a Italia y Austria, Habeck, el ministro alemán de Economía, habla ya de un “inverno duro”.
De momento, la ola de calor empieza con la foto fija de aquel librero sultán, afgano y culto llamado Khan, que ahora pide asilo en Londres y que le proporcionó a la escritora Asne Seierstad el material base para su novela El librero de Kabul, (Océano). La segunda instantánea de la canícula es la furia de la rebelión en Sri Lanka, la bella isla de Ceilán, en el sur de la India, en la puerta del Adam's Bridge (Puente de Adán), por donde se entra en los bajíos de un archipiélago, en medio del océano Índico. Sri Lanka se sumerge en una rebelión que representa el fin de un paraíso turístico de alta tecnología, sometido a la hambruna de los altos precios del crudo con los que Putin coloniza Asia y África, a base de exportar miseria.
La tercera instantánea podría ser el debate sobre el estado de la nación. Ante una crisis de carácter global, nuestros políticos señorean argumentos gallináceos y equívocamente domésticos. Los que tienen el poder desean conservarlo haciendo bueno el argumento discutible de que estamos en plena explosión socialdemócrata porque la ciudadanía exige soluciones y “demanda perfil público”. Es el argumento de José Félix Tezanos, el presidente del CIS, en su libro sobre Pedro Sánchez. Había partido: de las primarias a la Moncloa. Al otro lado del banco azul, la oposición reclama un cambio de roles con el argumento de que estamos a las puertas de una crisis similar a la de 2008, con Sánchez haciendo de Zapatero. Pero se equivocan: Sánchez no es Bambi.
La curtida piel del presidente es difícil de atravesar con el acero fútil de Gamarra. Sánchez no ofrece la mano por miedo a que se la muerdan. La oposición tilda al Gobierno de bolivariano pero, siguiendo este argumento, lo mismo podría decirse de países muy consolidados, como Francia Italia o Alemania, que siguen también al pie de la letra los enfoques que se cocinan en Bruselas.
Santiago Abascal va un poco más lejos; acusa a los socialistas de blanquear a ETA en el cruel asesinato de Miguel Ángel Blanco y de ser responsables del crimen de Calvo Sotelo, ¡el de la CEDA!, hace 80 años. Por lo visto, la memoria de Abascal es larga; se opone a la memoria democrática de Sánchez --una piedra de Bildu en el zapato-- con el mismo ímpetu que lo hace Gamarra. Pero ni el uno ni la otra entran al trapo del debate de las medidas propuestas por Sánchez para seguir haciendo frente a la crisis de la guerra, entre las que destacan, los nuevos impuestos al oligopolio electro-energético y al sector financiero, cuyos beneficios han aumentado más de un 50% respecto al ejercicio anterior. Según Abascal, los del pin de la Agenda 20-30 --Sánchez lo luce con orgullo en la solapa-- son las nefastas élites, frente a Vox, “el partido de los vulnerables”. ¡Genial!