Es más que probable que a Mónica Oltra le hayan tendido una trampa que la haya llevado a tener que dimitir. El aparato judicial, ya se sabe, es muy suyo y parece estar formado por izquierdistas puritanos: miran con lupa de muchos aumentos el comportamiento de la izquierda pero se muestran más que benevolentes con las conductas de la derecha.
De ahí que Mariano Rajoy se haya escapado de todo e incluso un caso tan evidente como el de Esperanza Aguirre aparcando en un carril bus y huyendo luego de los guardias haya quedado en nada, Villarejo mediante. Además, la derecha se perdona muy bien a sí misma. Enrique López, consejero de la Comunidad de Madrid en el Gobierno de Díaz Ayuso (la de los contratos con su hermano), fue pillado conduciendo una moto sin casco y borracho. Dejó el Tribunal Constitucional pero pronto el PP le encontró nuevo acomodo.
La derecha, ya se sabe, usa la confesión eclesial que le permite que sus pecados sean perdonados hasta setenta veces siete. Incluso si no confiesa ni con torturas, como dice que hace y hará Jorge Fernández Díaz. Después de todo, para ellos no hay sanción electoral. A la izquierda, los deslices, incluso los dudosos, siempre le salen caros. Ahí está Andalucía, aunque quizás allí haya pagado otras cuestiones. Ha perdido en casi todas partes, pero no en Marinaleda, donde gobierna desde hace 41 años. Allí, el conjunto de la izquierda ha obtenido casi el 77%, mientras que Vox no llegó al 5% y el PP se quedó en el 16%. Igual tiene que ver con el tipo de política que se hace.
La izquierda tiene dos problemas. El primero, por el que ha tenido que dimitir Oltra, es que se pone muy alto el listón de la moral. Y así tiene que ser. El segundo, que ha entrado en el mercado electoral imitando a una derecha que practica una especie de star system en el que el protagonista es el cabeza de cartel y el equipo apenas importa. Si cae el primero de la lista, que era quien arrastraba votos, todo se tambalea. Las reticencias de Oltra a dimitir tienen que ver, en parte, con que en Compromís no tenía un sustituto de su tirada. Eso dicen los expertos en mercadotecnia electoral que le ha pasado también a los socialistas en Andalucía: a Juan Espadas le ha faltado tiempo para darse a conocer en todo el territorio porque Susana Díaz se dedicaba a segar la hierba bajo los pies de cualquiera que pretendiera sustituirla.
Barcelona muestra la conjunción de ambos factores. Ada Colau volverá a ser la candidata a la alcaldía, a pesar de que las normas internas de los comunes recomiendan que nadie se presente a más de dos contiendas. Pero los comunes tampoco tienen banquillo y en el partido no hay nadie con su capacidad de arrastre para conseguir votos. Lo que no deja de ser una responsabilidad suya, que no ha sabido explicar que el trabajo en el consistorio, bien o mal, lo hace más de una persona.
El problema es que un partido, en la medida en que pretende ser aparato de gobierno, necesita disponer de un buen equipo. Que la derecha confíe en los líderes carismáticos y los venda como solución a todos los males resulta comprensible. Después de todo, la derecha es individualista por definición. La izquierda, en cambio, ofrece soluciones como una labor de conjunto. Para la izquierda, la organización resulta esencial. Le gustaba recordarlo a Manuel Sacristán: un individuo tiene dos ojos, pero el partido tiene mil. Y esos ojos no están hechos para espiar al personal sino para averiguar cómo es la realidad y descubrir los mecanismos de transformación posible para mejorar la vida de la colectividad.
En Marinaleda la izquierda funciona. Una política adecuada y aceptada por la población se traduce en unos resultados electorales aplastantes. Los votantes no parecen cansados de una izquierda que ha hecho política de izquierdas en vez de gestionar la economía de las derechas. Eso sí, cuando se retire su actual alcalde, José Manuel Sánchez Gordillo, se podrá ver si los resultados responden a un liderazgo personal o a una política social llevada a cabo en equipo. Es decir, si hay banquillo. En Barcelona y Valencia no parece haberlo. Y de momento ni los comunes ni Compromís quieren imitar a ERC, que tampoco tiene cuadros válidos y, cuando no sabe a quién designar, busca candidatos entre los que fracasaron en el PSC (Joan Ignasi Elena, Ernest Maragall o Jaume Graells en l’Hospitalet, por citar sólo unos cuantos).