En el rumor de la lluvia que azotaba los cristales de la ventana, Borges creía oír “la voz, la voz deseada / de mi padre, que vuelve y que no ha muerto”, en uno de sus más logrados sonetos. Ayer se difundió, según cuenta Jorge Benítez en El Mundo, la noticia de que Alexa, el asistente virtual de Amazon, que utiliza la voz de unos actores leyendo determinados textos para aislar los fonemas y poder con ese archivo “humanizar la voz sintética del altavoz”, va a ofrecer ahora a sus clientes una posibilidad sensacional: la posibilidad de que ese proceso de almacenamiento de fonemas se haga a partir de la voz de algún ser querido, esté vivo o muerto, que se podrá aplicar al recitado de cualquier texto.
Es sensacional porque la voz, y no el color de los ojos o la forma de andar, es el atributo físico más característico de cada persona, su más destacada y reveladora huella sensorial. Y así como es casi imposible que nos sintamos atraídos por una persona cuya voz nos repele, en la voz reconocemos de verdad a nuestros seres queridos. Las imágenes, las fotos, están bien, dan una idea aproximada, pero la voz --como puede comprobar cualquiera que tenga en el buzón de su teléfono el mensaje hablado de algún amigo que ya ha muerto-- es mucho más íntima: anima más vívidamente el recuerdo, porque en ella está, precisamente, el ánima. (De ahí el carácter sacrílego del doblaje de las películas, por más bien que se haga). Por eso cuando Borges fantasea con la posibilidad de que su padre regrese de la muerte, lo haga empezando por la voz.
El tema es tan intrigante que, con años de distancia, le dediqué dos cuentos, uno titulado Voces de mujer y el otro, Prognosis, donde ya le daba vueltas a una hipótesis parecida a lo que ahora Alexa va a hacer realidad. Ahora podría escribir otro cuento, ya que es fácil imaginar el amplio espectro de posibilidades de este ingenio, entre ellas las terapéuticas, y por supuesto las fetichistas y las perversas (pues podremos hacerle decir a la voz de nuestros seres queridos cosas que jamás pronunciaron, las cosas que se nos ocurran).
Entre las posibilidades siniestras, destaca como remoto presagio de la nueva Alexa uno de los prodigiosos juguetes que tiene en su finca Locus Solus el personaje Cantarel, de Raymond Roussel: los restos, conservados gracias a un líquido especial, de la cabeza de Danton, el revolucionario de seductora oratoria que fue decapitado en 1794 por orden de Robespierre.
Mediante la acción de un complicado artilugio en el que participan las garras de un gato adiestrado que sabe rozar delicadamente el cerebro de Danton, y a unas descargas eléctricas, los labios del revolucionario se vuelven a mover febrilmente, con una agilidad loca, sin duda gracias a las prodigiosas facultades oratorias que poseyó el jefe de los Cordeliers, y pronuncian “incoherentes fragmentos de discursos impregnados de ardiente patriotismo”.