Las proposiciones del título no son antitéticas, probablemente se darán si no en el campo de batalla, sí en términos generales.
Ucrania no puede ganar la guerra, no logrará que Rusia se retire de Donetsk, Lugansk, Mariúpol, Jersón y las otras zonas ocupadas, ni de Crimea y Sebastopol. Antes que tener que retirarse empujada por las fuerzas ucranianas, Rusia utilizará, primero, más medios convencionales, y, si no bastaran, recurriría a armas de destrucción masiva.
Aunque Ucrania fuerce retiradas parciales de los ejércitos rusos, como las de las áreas de Kiev y Járkov, las consecuencias de la tremenda devastación que está sufriendo, tanto por la acción del agresor como por sus operaciones de defensa y de contraataque, impiden que pueda sentir la satisfacción de una hipotética victoria .
Después del alto el fuego, Ucrania tardará años en reconstruir infraestructuras, ciudades y pueblos. Según cálculos provisionales la inversión necesaria rondará los 600.000 millones de euros. Conseguirá ayuda exterior y puede que Rusia tenga que aportar algo en concepto de reparaciones, aun así, la diferencia a cargo de Ucrania será enorme, lastrará su desarrollo durante años.
Su economía no alcanzará los niveles de producción y de consumo anteriores a la invasión hasta 2030 como muy pronto. Unos 6,5 millones de ucranianos han tenido que abandonar el país, un número importante no regresará, lo que significa una gran pérdida de capital humano junto a los miles de víctimas directas de la guerra.
Las instituciones ucranianas funcionan en estado de emergencia y todo el país está bajo la ley marcial. Volver a la normalidad costará mucho, en parte por la resistencia de los poderes a abandonar la facilidad de la emergencia.
Ayudará a la normalización el hecho de que la preparación del ingreso de Ucrania en la Unión Europea (UE) requiere severas adaptaciones a los estándares democráticos e institucionales de la Unión, pero ello ocurrirá en un horizonte lejano por mucho que se quiera agilizar el proceso de adhesión.
Con este panorama, Ucrania no podrá cantar victoria, ni siquiera una victoria pírrica. Su único triunfo consistirá en preservar la independencia de lo que quede de Ucrania.
Rusia ha perdido eso que cínicamente llama “operación militar especial”. Le resultaría menos humillante llamarlo guerra, porque como “solo operación” ha sido un fracaso. Podrá ocupar el Donbáss entero, cerrar el mar de Azov y tal vez el mar Negro a Ucrania, pero no obtendrá el reconocimiento internacional a su favor de los territorios conquistados.
El G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) ha recordado a Rusia que la Resolución de la ONU 2625 (XXV) de 1970, aprobada por la URSS, de la que Rusia es sucesora, establece que “no será reconocida como legal ninguna adquisición de territorio derivada de la amenaza o el uso de la fuerza”.
En el campo de batalla está pagando el alto precio de la pérdida de ingentes cantidades de material y numerosos efectivos humanos, entre los que hay que contar los equipos de tanquistas, difíciles de reemplazar. Sus ejércitos han mostrado debilidades logísticas y estratégicas que han dañado su imagen y su poder de intimidación.
Al violar la Carta de las Naciones Unidas, el derecho internacional general y el derecho humanitario bélico, perpetrando una agresión de una brutalidad inaudita sobre la población y los bienes civiles de Ucrania, Rusia ha quedado aislada como nunca llegó a estarlo la URSS. Sus dirigentes llevarán el estigma moral y la amenaza penal de crímenes de guerra que no prescriben.
Este año las sanciones económicas occidentales reducirán su PIB entre un 8% y un 10% con la consiguiente disminución del PIB per cápita. Europa va camino de romper su dependencia energética de Rusia con lo que ésta perderá su principal fuente de ingresos. Sustituir Europa por China como principal cliente es un error que a la larga pagará caro. China tiene cuentas históricas pendientes con Rusia.
La guerra está causando una crisis alimentaria global al frenar la exportación de cereales tanto rusos como ucranianos, además de una desestabilización económica general de la que costará recuperarse. Todo ello se apuntará en el débito de Rusia.
Rusia pretendía evitar el ingreso de Ucrania en la OTAN, lo obtendrá en la mesa de negociación, pero habrá provocado el ingreso de Suecia y Finlandia, además de la alineación de Dinamarca con la defensa europea, revalorizando la OTAN bajo la égida de los Estados Unidos. Habrá hecho el negocio de Roberto con las cabras.
Este panorama solo puede ser interpretado como una derrota, aunque Vladímir Putin quiera venderlo a su cautiva opinión pública como la victoria del siglo.