Tengo un primo medio argentino, medio estadounidense que vivió mucho tiempo en Barcelona y una de las cosas que más le irritaba de nuestra cultura era que, cuando organizábamos algún encuentro, alguien llegara dos horas tarde o fallase a última hora sin dar una excusa convincente. “¡Laaaaatiiiinn!”, exclamaba, burlándose de la falta de seriedad de los catalanes-españoles-latinoamericanos a la hora de comprometerse.
Ahora mi primo ya no está en Barcelona, pero la costumbre de acusarnos de “latin” cada vez que alguien cancela su presencia en una comida o cena sin demasiada antelación ha quedado integrada en nuestra familia.
Lamentablemente, mi primo tiene razón. Es cierto que en nuestra cultura está bastante aceptado eso de cancelar planes en el último momento y nadie se enfada demasiado cuando un amigo te avisa un día antes de que no podrá asistir este domingo a la barbacoa que llevas toda la semana preparando, o que no podrá asistir a la presentación de tu libro porque le han cambiado la hora de la clase de pilates.
Yo misma lo hago alguna vez, especialmente los lunes, cuando repaso mi agenda de la semana y constato que me he pasado con los planes. Esta misma semana, por ejemplo, me había comprometido a tres cenas seguidas, la última de ellas precedida por un espectáculo de teatro, sabiendo que al día siguiente, el sábado (hoy), tenía una boda. Así que llamé al amigo con quién había quedado el jueves para cancelarle la cena, sabiendo que sería comprensivo. Sin embargo, mientras se lo decía, escuchaba una voz interior que sonaba como la de mi primo Andrés, diciéndome: “¡laaaaaatiiinn!”.
Para desgracia de mi primo Andrés, con la pandemia de Covid-19 la tendencia a cancelar planes en el último momento parece que se ha expandido más allá de la cultura latina: Cancelar planes en el último minuto es la nueva normalidad, era el título de un artículo publicado esta semana en The Wall Street Journal, donde se insinúa que si en Estados Unidos cancelar planes era visto antes como algo maleducado, ahora empieza a ser un componente fijo de nuestra vida social.
“El Covid ha hecho que quienes son propensos a incumplir los planes se sientan menos culpables por no acudir a última hora”, explica a The WSJ Mahzad Hojjat, profesora de psicología social de la Universidad de Massachusetts Dartmouth que estudia las conexiones sociales y las amistades.
"Siempre tienes esos amigos que llegan tarde, que no aparecen con tanta frecuencia o que no disfrutan realmente formando parte de un grupo; a esas personas ahora se les da más cancha", dice.
Hojjat remarca además que las constantes cancelaciones también han exacerbado otro fenómeno prepandémico: el ghosting, es decir, cuando los demás simplemente no aparecen.
"Hay reglas sociales más laxas", dice. "La gente lo percibe así y piensa que está bien no presentarse", añade.
La tendencia a hacer el “latin”, como diría mi primo, no solo afecta a las relaciones sociales. En general, las cancelaciones de restaurantes han aumentado ligeramente desde la pandemia, según los datos del servicio de reservas SevenRooms, citados por el WSJ. También han aumentado las cancelaciones de última hora a la asistencia a bodas, y no precisamente por tener Covid, sino por pereza, exceso de compromisos o porque te ha salido un plan mejor, cómo no.
Eso se debe, según los terapeutas citados en el artículo, a que mucha gente tiende a aceptar planes en un futuro lejano y no se dan cuenta de que deberían haber declinado la invitación hasta que se acerca la fecha. Sería más inteligente por nuestra parte analizar bien nuestras agendas y aprender a decir no si no se trata de un compromiso ineludible.
Yo misma caí en esta trampa el pasado fin de semana. El domingo me había comprometido a asistir a un encuentro en mi antiguo colegio para celebrar el 25 aniversario de nuestra graduación. Los organizadores nos habían contactado un par de meses antes para tener controlado el número de asistentes y poder preparar las distintas actividades alrededor del acto. La verdad es que el acto en sí me hacía cierta ilusión --vería a gente que no había vuelto a ver desde que terminamos el COU-- pero cuando se acercó la fecha, me entró una pereza terrible. El encuentro, encima, empezaba a las 9.30 de la mañana, y la noche anterior tenía una cena con amigas en la que correría el vino vino blanco y seguro que acabaría tarde. Así que, a última hora, decidí no ir.
“Me ha surgido un imprevisto”, mentí, sin esforzarme por poner excusas. Si hay algo peor que hacer el “latin” es poner alguna excusa barata, porque todo el mundo sabe que es mentira. Recuerdo que una vez un chico con quien tonteábamos desde hacía unas semanas me canceló una cita en el último minuto diciéndome en un mensaje de voz que tenía que ir a Sabadell porque el perro de su madre se estaba muriendo. “¡Latin!”, pensé, riendo. La excusa me pareció genial. Más adelante me confesó que había cancelado la cita porque tenía novia y no se atrevía a decírmelo.