El PSOE andaluz es un partido viejo, deslucido y estropeado por el uso. Después del incendio que propició Sánchez hace ya casi dos años, el resto de la desvencijada flota hace aguas por todos lados. Durante el temporal, el césar puso al mando a Juan Espadas, un tipo gris, triste y cansado que, además, sólo parece entender Andalucía desde el elitista río sevillano. A duras penas, y gracias al apoyo absoluto de la estructura centralista y jerárquica del partido, pudo vencer en las primarias a la descabalgada y desacreditada Susana que, ante un adversario tan blando, pensó por un momento que ella era una reencarnación de otro Díaz, el de Vivar, y podía ganar después de muerta.
Susana Díaz creyó que aún era joven y podía llevarse la vida por delante. Un espejismo para ella y para su partido. "Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde”, dejó escrito en sus Poemas póstumos Gil de Biedma. Quizás la ex reina de las marismas y sus escasos acólitos no entendieron bien aquella derrota, pero, desde luego, el vencedor y las vencedoras de aquellas primarias tampoco comprendieron que el partido había entrado hacía tiempo en regresión. El caciquismo, el nepotismo y la multimillonaria corrupción de los ERE desdibujaron definitivamente su credibilidad y su principal signo de identidad (servicio público, justicia social...).
A esa lenta descomposición se añade la confluencia de diversos factores que ha favorecido que el voto cautivo en el mundo rural, tan bien cultivado por el PSOE desde los ochenta del siglo pasado, haya menguado a marcha acelerada. Los recortes en las ayudas europeas al campo y la creciente importación de productos agrícolas marroquíes, la imparable y progresiva despoblación de amplias zonas con mayorías socialistas y la masiva emigración de jóvenes cualificados, la constante llegada de inmigrantes como mano de obra baratísima y la acumulación improductiva de buena parte de los beneficios de esa intensa explotación, los incomprensibles controles medioambientales para el común de los mortales y la corrupción administrativa que tanto ha beneficiado a los propietarios de grandes latifundios… han ido conformando un nuevo escenario cada vez más receptivo a mensajes populistas y neoliberales.
Sin el amplísimo apoyo del mundo rural, el PSOE urbano es incapaz de mantener sus aspiraciones de recuperar las instituciones autonómicas. La puntilla no será el 19-J, sino las municipales de mayo de 2023 cuando se produzca el hundimiento de la hegemonía en la mayoría de las diputaciones provinciales. Es la crónica de una muerte anunciada por sus descaradas prácticas caciquiles en las que aún persisten. El último escándalo lo ha protagonizado recientemente la presidenta de la Diputación de Huelva, María Eugenia Limón. Una vez más esta señora, con una actitud vocinglera y más que autoritaria, ha sido incapaz de admitir públicamente que la corrupción de los ERE le pertenece de su partido, per secula seculorum. Su manera de gobernar la provincia es iliberal en estado puro, no sólo por su ordeno y mando, también por el vergonzoso uso que hace de la institución en beneficio de decenas de individuos de su partido, contrastados mediocres que hicieron público su apoyo a ella y a Espadas, y que ahora ha ungido como asesores de nada y para nada.
Pasan los años y son miles de votantes de izquierdas los que abandonan día tras día al histórico PSOE de Andalucía. Y, mientras esto sucede, sus dirigentes siguen sin entender que van camino de reproducir la debacle de sus otrora admirados socialistas franceses. Unos y otros se pusieron el mundo obrero por montera y creyeron que eran eternos. Podrán decir sus fieles que la agonía es todavía vida, cierto, aunque no por mucho tiempo.