En un ejercicio innecesario (¿y acomplejado?) de transparencia, la Casa Real ha emitido un comunicado, fechado el 25 de abril, en el que se da información acerca del patrimonio y de las retribuciones percibidas por Su Majestad el Rey de España, al que en lo sucesivo llamaremos Felipe VI.
En un primer escrito, iniciado con una serie de excusatio non petitas acerca de la finalidad de llevar a cabo ese esfuerzo democrático de supuesta transparencia, se acaba informando de que el patrimonio del Rey “asciende a la cantidad de 2.573.392,80 euros”.
Asimismo, en una nota adjunta a dicho documento --ambos figuran en la página web oficial de la Casa Real--, se dan una serie de explicaciones adicionales acerca no solo del patrimonio real, sino de sus emolumentos.
Así, en primer lugar, se expone que Felipe VI presenta anualmente la declaración de renta y de patrimonio. ¡Nos ha jodido!, que diría aquél. ¡Solo faltaba que el máximo representante del pueblo español no cumpliera con sus obligaciones tributarias más básicas! ¡Ni que fuera Enrique IV de Castilla! Ya saben, aquél que protagonizó las coplas del Mingo Revulgo.
Otra cosa, que no se explica en la nota, es si esas declaraciones le salen a pagar o a devolver, o cuota cero. No obstante, puedo adivinar que su declaración de patrimonio será con cuota cero, porque probablemente esté domiciliado fiscalmente en Madrid y, como es sabido, en esta comunidad existe una bonificación total en dicho tributo. Si el hombre hubiera tenido la mala idea de cambiar su residencia a Cataluña, donde tanto se ha denostado al Borbón en otra época, soportaría un gravamen anual por dicho tributo de unos 25 mil euros, por mor de las ansias recaudatorias de muchos de los gobiernos autonómicos, como el catalán, que obligan a sus súbditos a pagar por un impuesto anacrónico, contrario a la capacidad contributiva y discriminatorio.
En segundo lugar y para la mayor de las sorpresas de un colaborador tributario como el que esto suscribe, la nota continúa diciendo que “para la preparación, elaboración y presentación de dichas declaraciones, Su Majestad es asistido por los servicios competentes de la Delegación Especial de Madrid de la Agencia Estatal de la Administración Tributaria”.
Lo primero abracadabrante es que una figura como Felipe VI no se encuentre encuadrado tributariamente en la Oficina Nacional de Inspección, a la que Zapatero --con ese ánimo de sustraer todo término de lo público que incluyera algo “nacional”-- cambió de denominación por la de Delegación de Grandes Contribuyentes, donde están asignadas las empresas más importantes y las figuras más influyentes del país.
En efecto, a pesar de que el rimbombante nombre de Delegación Especial de la AEAT, que parece otorgar cierto caché al lugar asignado tributariamente al Rey, como si se tratara de un lugar fantástico en el que un ujier de V.E.R.D.E. recibe al ciudadano con una copa de cava al entrar, resulta que no es más que la Administración de Hacienda chusquera, de barrio, de toda la vida que será, probablemente, la más cercana a la Zarzuela. ¡A ver si Felipe y yo vamos a compartir inspectores y yo con estos pelos!
En definitiva, el comunicado nos está señalando aquí que el Rey se va con sus papeles a la delegación que le toque --¿Fermín Caballero?-- de Madrid, pidiendo cita previa, y que después de que un trabajador de seguridad privada --la Guardia Civil ha dejado de prestar el servicio de vigilancia, al menos en Cataluña, en estos recintos, ¿por qué será?-- le permita el acceso, se sienta delante de un personal contratado eventualmente para la campaña de renta para que le confeccione su declaración. Todos mis respetos por ese xixarel·lo o pardillo tributario: yo fui uno de ellos y, en el cursillo previo a la campaña, aprendí más que en todo el máster de derecho tributario.
¿De verdad tan mala fama tiene la figura del asesor fiscal como para que se coarte su mención en un escrito de este calado? ¿Alguien se cree que una persona con un patrimonio y unos rendimientos como los que acredita Felipe VI no cumpla sus obligaciones tributarias a través de un profesional especializado? ¿No será que, en su caso, quien le haga la declaración no sea el personal que comúnmente se la hace al vulgo, sino alguien de las altas capas de la AEAT cuyas funciones orgánicas escapan a tal labor y se lo hacen como prebenda por su condición real? No seré yo quien critique ni una cosa ni la otra, pero sí que resulta defectuosa su deliberada omisión en un comunicado sedicentemente destinado a la ejemplaridad. No conozco a nadie que gane 250.000 euros al año y presente impuesto de patrimonio y que vaya a Hacienda a que le hagan la renta. ¡No fastidiemos que el unicornio tributario va a ser el mismísimo monarca!
A partir de aquí, el escrito de la Casa Real empieza a facilitar detalles sobre las retribuciones y el patrimonio del Rey. Fíjese el lector que nada se dirá sobre los emolumentos y patrimonio del resto de familia real, aunque sí se ha dado a conocer también la retribución de la Reina. No estaría de más informar acerca de si los hijos de los monarcas perciben algún tipo de remuneración, presupuestaria o no, en aras de la completitud de la información.
Sobre el patrimonio del Rey, el documento anejo al comunicado lo desglosa en fondos, la gran mayoría, y bienes suntuarios --obras de arte, joyas y antigüedades, que se dice que han sido objeto de tasación--. Debe entenderse que la valoración es a la fecha del comunicado y que la tasación debe de ser reciente. Digo yo, no vaya a ser que estemos jugando, cual trileros, con los valores reales.
Nada se dice de inmuebles, ni de vehículos, ni de embarcaciones, ni de aviones, ni de equinos, con lo que les gustan a los nobles. Raro, ¿no? Bueno, pues no, no es nada extravagante. Lo cierto es que el monarca disfruta, por su condición de tal, de una serie de lo que tributariamente llamamos “retribuciones en especie”, que consisten en el disfrute de un conjunto patrimonial que, siendo titularidad del Estado, es de uso exclusivo --o no-- de la familia real.
Ese patrimonio no forma parte, stricto sensu, del caudal patrimonial de Felipe VI, si bien su disfrute daría lugar, en las personas que no tenemos la sangre azul, a su inclusión como renta en especie en la declaración del IRPF. Y, hablando de palacios, se pagaría un auténtico pastón de impuestos por su uso exclusivo y personal.
Cabe entender que, por las funciones constitucionales que el monarca tiene atribuidas, que prácticamente hacen que su vida privada sea inexistente, se considere que el uso de esos bienes no sea de ningún modo particular, sino “empresarial”. En otras palabras, que cuando duerme en el lecho real o Venancio le sirve las gulas en vajilla de plata acompañadas de vino en cristal de bohemia, en el salón dorado, lo hace en su condición de más alto representante de la nación y no para su uso particular.
Tampoco voy a ser yo el que, más allá de la caricatura expuesta, critique la ausencia de gravamen de esta vida a cuerpo de rey, nunca mejor dicho, pero sí que voy a aprovechar para lanzar una propuesta lege ferenda al respecto.
Así como en la ley que regula el IRPF sí que existe un vergonzante precepto que permite a los diputados autodeclararse juanapalomísticamente parte de sus retribuciones como exentas --puede leerse aquí una opinión al respecto que redacté hace unos años... y la vida sigue igual--, lo cierto es que no soy conocedor de la existencia de una paralela exoneración de gravamen de las retribuciones en especie por el disfrute de bienes del Patrimonio Histórico por parte de la familia real, por lo que no estaría de más regular esta situación, introduciendo un cambio normativo en este sentido en la ley que regula el IRPF. Para evitar suspicacias futuras, vamos, aunque ello pueda ir en contra del principio constitucional de generalidad del sistema tributario.
En el fondo, ¿y qué más da, en un país en el que ningún partido político con representación --ni PP ni PSOE, vamos-- remite al Tribunal Constitucional una ley catalana que permite que todo donativo a cajas de solidaridad para políticos secesionistas esté exento de gravamen?
Por último, el comunicado se refiere también a las retribuciones, que “ascienden” --en tiempo verbal presente-- a algo más de cuatro millones de euros. Sin embargo, antes de esta frase se incluye otra de la que se intuye que esa cantidad no es la que percibe actualmente, sino la suma de lo que ha percibido en los últimos 25 años “principalmente” de los presupuestos del Estado.
Es decir, que Felipe VI no ha percibido única, sino principalmente, esos cuatro millones, que se corresponden con las asignaciones presupuestarias. Se deja en el aire, al menos gramaticalmente, que haya percibido otras remuneraciones de las que no se da información alguna. Espero que no procedan de la famosa empresa de intermediación deportiva Kosmos... Por lo demás, la redacción es mejorable, pues da la sensación de que cobra --debería haber dicho "han ascendido"-- cuatro millones de euros al año, lo que resulta poco menos que imposible, teniendo en cuenta el escaso patrimonio que ha ahorrado en este tiempo. A no ser que tenga la capacidad de dilapidarlo en una vida disoluta como la tiene su padre y la tuvo su abuelo.
En realidad, como ha aparecido en algún medio de comunicación, el Rey cobra anualmente de los presupuestos un cuarto de millón de euros, lo que no resulta una cantidad irrazonable.
Que disponga de un patrimonio de dos millones y medio de euros significa que tiene cierta capacidad de ahorro, lo cual no es extraño dado que su quehacer diario es tax free, como se ha visto: probablemente se alimenta de comida que o bien obedece a invitaciones o bien pertenece al presupuesto de la Casa Real, no al suyo propio; disfruta de bienes del Patrimonio Real, no del suyo propio; no tiene hipotecas, ni corinnas, y además es muy trabajador, por lo que dispone de una gran capacidad de ahorro ya que no le queda mucho tiempo libre para holgar con el trajín que comportan los compromisos internacionales.
Puede resultar sorprendente que todo un monarca, imagen de una nación como España y cuyos antepasados han capitaneado, con mejor o peor ventura, los episodios históricos de nuestra patria desde hace cientos de años, tenga un patrimonio tan pacato.
En realidad, ello tiene fácil explicación. En primer lugar, debe tenerse en cuenta que la tradición borbónica se rompió con la llegada de Primo de Rivera y se mantuvo en hibernación durante todo el régimen del general Franco, por lo que los tesoros del pasado debieron perderse, fuera del patrimonio de la actual familia real. A ello se le une la prodigalidad de su abuelo, que debió dejar poca herencia, y que su padre el Emérito, que aparenta haber amasado un buen patrimonio, sigue vivo y, por lo que parece, con pocas ganas de seguir este ejemplo de transparencia. ¡Qué 720 más bonito debe(ría) presentar!
Preparemos las palomitas para cuando fallezca, cuanto más tarde mejor, el Emérito. En ese momento podremos ver si, realmente, nuestra realeza --valga el retruécano-- es la más pobre y mal retribuida del mundo occidental. Porque de regímenes autoritarios y cleptocracias asiáticas y árabes, no toca hablar, ¿no?