El espionaje sufrido por 65 miembros del establishment ha dado la vuelta al ruedo ibérico. Pero poca cosa más. La prensa madrileña le presta escasa atención. En cambio, los hipersubvencionados medios locales le dedican portadas y más portadas con titulares impactantes. No parece sino que el alboroto revista tintes de gravedad suma. A su lado, son cuestiones menores cualesquiera otras, por ejemplo, la inflación galopante que nos asola o la devastadora guerra de Ucrania.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras comparecieron esta semana en el Parlamento Europeo para vociferar su indignación por semejante tropelía y rasgarse las vestiduras ante la prensa internacional. Esta mostró menguado interés. De hecho, no se tomó la molestia de formular una sola pregunta al binomio de agraviados.
La indolencia de los plumíferos continentales no se entiende. Los soliviantados gerifaltes proclamaron con rostro serio que se trata de uno de los ultrajes más siniestros que se han perpetrado jamás en la historia de las democracias europeas.
A la vez, los dos amortizados mandarines y sus acólitos anunciaron el propósito de interponer en varios países de la UE y en Suiza una carretada de querellas contra los sicarios telemáticos y contra todo contrincante, real o imaginario, que se les ponga a tiro.
Los separatistas bautizan este burdo episodio como Catalangate. Rememoran, así, el famoso Watergate que acabó con la carrera del presidente americano Nixon hace medio siglo.
Pero lo cierto es que las andanzas de los hampones cibernéticos por Celtiberia son más bien un sucedáneo de los detectives Mortadelo y Filemón, de la agencia TIA (por favor, no confundir con la CIA).
Los representantes de nuestra Comunidad llevan nada menos que ocho años mareando la perdiz con el procés y sus inacabables secuelas. Ahora le añaden esta otra reivindicación. Suponen que es de superlativa trascendencia para el pueblo soberano.
De paso, señalan directamente al Gobierno de Pedro Sánchez como autor del atropello digital, dado que el programa israelí que se infiltró en sus móviles solo está al alcance de los Estados. Como no podía por menos de ser, el Ejecutivo niega la mayor, mira a otro lado y se hace el sueco.
A este respecto, el PSOE acumula una dilatada tradición en chapucerías. En la época de Felipe González el servicio secreto estatal, a la sazón denominado Cesid, tenía la costumbre de pinchar los teléfonos a tirios y troyanos. Del Rey abajo, nadie escapó de su inquisición, incluidos los propios ministros y otros dignatarios socialistas, con el objetivo de atarlos corto. El embrollo costó el cargo al vicepresidente y ministro de Defensa, nuestro paisano Narcís Serra, responsable directo de los fisgoneos y otros desmanes varios del Cesid.
Por su parte, los capitostes de la Generalitat no son ajenos a oscuros manejos similares. Así lo admitió el senador Santiago Vidal, de ERC, quien antes había ejercido de juez. En pleno procés, Vidal se ufanó tan campante de que el Govern había conseguido hacerse con los datos fiscales de todos y cada uno de los residentes en este territorio. No se ha aclarado la forma en que perpetró tal “hazaña”, pero sin duda fue fraudulenta.
Por lo demás, resulta asombrosa la escandalera que se ha organizado. Olvida que la labor fundamental de las agencias subterráneas estriba en seguir las huellas de los enemigos. Pero es harto sabido que, sobre todo, consiste en controlar a los amigos.
A las pruebas me remito. No hace muchos años se descubrió que la NSA estadounidense tenía intervenidas las comunicaciones telefónicas de medio mundo, comenzando por las naciones europeas.
Cuando la noticia cruzó el Atlántico, las autoridades de la UE montaron en cólera por el entrometimiento yanqui.
Poco después, la prensa francesa denunció que su propio Gobierno venía dedicándose a idéntica actividad desde tiempo inmemorial. Y añadió algo aún más impactante: que otros gobiernos europeos practicaban con fruición el mismo deporte invasivo sobre sus respectivos ciudadanos.
Ya se verá en qué queda el ridículo Catalangate. De momento, lo más probable es que la banda de cleptócratas que manejan el cotarro por estas latitudes va a darle vueltas y revueltas a este entuerto ad calendas graecas.
Sus equipos de agitación, propaganda y victimismo disponen de hilo en la cometa para prolongar el enredo durante largo tiempo. Qui dia passa, any empeny. Y entretanto, a seguir poniendo el cazo, que de eso se trata. Es decir, de alargar el mangoneo y el devengo de sus suculentos chollos, los más opíparos de toda España, apoquinados hasta el último céntimo por los sangrados contribuyentes vernáculos.