Si hace dos años resonaba en nuestra cabeza la canción de la mexicana Yuri (Maldita primavera), bien podríamos hablar ahora de una bendita primavera, con el permiso de las crisis geoestratégicas y de la inflación que nos rodean.
Acaba de caer la última de las restricciones, la más absurda por cuanto se ha mantenido estos meses por mera estética, llevar mascarilla. Ponerse y quitarse el cubrebocas para ir al baño en un restaurante era la evidencia más clara de la irrelevancia de la medida, pero por fin ha caído.
Ya somos libres de contagiarnos del Covid, como lo somos de contraer otras tantas enfermedades. El Estado en todas sus formas por fin nos considera mayores de edad con esto del Covid. No es imposible que nos digan en otoño que ha vuelto a mutar el virus y haya que dar pasos a tras, recordándonos el demagógico dilema de la vida o la economía, y haciendo posible un cuarto pinchazo, pero como Ucrania y la inflación ya nos tienen suficientemente atemorizados no creo que haga falta que nuestros políticos se afanen en buscar nuevos medios coercitivos. Y si no, siempre tendremos a mano el cambio climático. Que haga calor en verano, frío en invierno y la primavera sea variable ahora es materia suficiente como para llenar los telediarios y dar de comer a los tertulianos que todo lo saben.
Somos una sociedad diversa en lo ideológico y en lo cultural. Caben en ella Els Pets, la Elèctrica Dharma, Stay Homas, Miguel Poveda, Estopa y Rosalía, lo mismo que caben el pa amb tomàquet, el fuet, Heura foods (carne vegana), la carn d'olla y la constelación de estrellas Michelin que tenemos en Cataluña. No tiene por qué gustarnos todo a todos, pero es fantástico tener tanta variedad. Y lo mismo ocurre en lo político. Tenemos un Parlament cada vez más fragmentado, porque fragmentada está nuestra sociedad. Derechas, izquierdas, antisistemas, independentistas, catalanistas, españolistas... 7,5 millones de personas que compartimos una misma tierra y unas mismas ganas de vivir. Porque si algo tiene una primavera normal, y esta es la primera desde la de 2019, son ganas de vivir, cada uno como mejor quiera y pueda.
Esta Semana Santa han salido unos 600.000 coches de Barcelona, unos dos millones de personas en busca de sol y aire fresco, como hacíamos antes. 16 millones de deplazamientos de largo recorrido en toda España. Hoteles con casi ocupación plena, una maravilla. Y aunque en Barcelona han vuelto más atascados que nunca, gracias a las maravillas de la gestión del tráfico de la ciudad, la gente viene con las pilas cargadas.
Tenemos mucho que celebrar esta primavera. Nuestra sociedad comienza a despertarse y nuestros políticos parece que se miran algo menos el ombligo. En noviembre se renovó el contrato de la Fórmula 1 y el de Moto GP en el Circuit de Catalunya, recientemente Barcelona ha sido elegida sede para celebrar la próxima edición de la Copa América y no hay una sola voz que no desee que se renueve el contrato del Mobile World Congress. Ayuntamiento, Generalitat, Gobierno central y sociedad civil tras unos mismos objetivos, recuperando el terreno perdido. Impresionante.
Vuelven las ferias, los congresos y pronto lo harán los cruceros. Bien parece que está volviendo, algo, el sentido común a Barcelona y a Cataluña de la mano de un Sant Jordi y un Godó normales, que no es poco. Es cierto que la última maniobra de agitprop es muy reciente, pero también es normal que quienes eran el centro del universo hace unos años sigan reclamando su cuota de pantalla, resucitando y magnificando un tema tan antiguo como que a uno de sus protagonistas le ha dado tiempo para presentar su libro en este Sant Jordi. Dudo que la sangre llegue al río porque el cansancio sobre el monotema es sideral.
Dentro de nada entraremos en precampaña municipal, tampoco es mala noticia. Veremos candidatos que nos propondrán modelos diferentes de ciudad, pero poco más. Todo el mundo es más que consciente de que ahora toca hacer ciudad, y solo con una ciudad viva, alegre y radiante se puede hacer política, cualquier política. Desde la división y la desazón ya hemos visto que vamos hacia atrás, nadie gana y todos perdemos. Ahora toca gestión, gestión y gestión. Y esta primavera puede que hasta nos quiten los horrorosos bloques de cemento amarillos, ¡no se puede pedir más!