Los libros sobre el ombliguismo nacionalista catalán han proliferado tanto en el último lustro que bien podría considerarse un género editorial. El M'explico de Puigdemont es el buque insignia de este tipo de pésima literatura que trata de esconder el fracaso del procés y mantener el reto golpista con el chillón Ho tornarem a fer, al estilo Cuixart. Haría bien el lector interesado en el origen, desarrollo y actualidad de estos movimientos en no caer en la tentación de perder el tiempo con la lectura de esas hojas parroquiales, más propias de hiperventilados mossens carlistas que de personas serias y documentadas.
Desde hace algo más de medio siglo abundan estudios rigurosos sobre la trayectoria histórica e ideología de los nacionalismos, de enciclopedias a brevísimos ensayos, pasando por obras de referencia como las de Anderson, Fusi, Savater, Gellner, Hobsbawm, Kedourie... Era necesario un estudio detenido que situase, en la línea del tiempo y de manera comparada con el resto de Europa y América, la reciente eclosión antidemocrática de las diversas formas de los nacionalismos en España, y de ese modo conocer e intentar comprender qué y cómo han evolucionado en las dos primeras décadas del siglo XXI. Ahora, con el reciente libro de Gabriel Tortella y Gloria Quiroga, La semilla de la discordia (Marcial Pons), el lector tiene a su disposición un magnífico ensayo en el que hallará respuestas a numerosas cuestiones de candente actualidad o de confusión histórica.
El primer binomio que examinan los autores es la presunta relación directa, positiva y proporcional entre nacionalismo y modernidad. Según la tesis de Liah Greenfeld, aquellos países que adoptaron la forma nacional tuvieron un crecimiento económico más rápido y consistente. La detenida comparación entre las tasas de crecimiento anteriores y posteriores a la independencia o a la constitución como Estados naciones de numerosos países, les permite a Tortella y Quiroga cuestionar seriamente dicha tesis. En ese sentido, hay que distinguir un comportamiento diferente entre aquellas naciones surgidas en la primera oleada durante del siglo XIX (Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Japón, China, países latinoamericanos…) del resto de las siguientes oleadas. Y, sobre todo, es importante tener muy presente si en dicha consecución del estatus nacional tuvieron mayor influencia factores endógenos (madurez política, económica y social) que exógenos (guerras mundiales, disolución de imperios).
La mayoría de las naciones improvisadas han resultado ser “fallidas, cuando no mortíferas”: “La nación dista mucho de ser la fórmula mágica de crecimiento económico”, aunque sí pueda ser una condición necesaria para la modernidad. Muy recomendable es el análisis sobre el impacto de dichos procesos emancipatorios en la distribución de la renta, tan diferente entre los países de la primera oleada, sean europeos o americanos. Por ejemplo, los ocho países latinoamericanos estudiados tenían una distribución de la renta mucho más equitativa en el año de su independencia que dos siglos más tarde.
Tortella y Quiroga trazan en su libro un breve, útil y excelente recorrido de la historia de los nacionalismos españoles --centralistas y regionales--, con una conclusión clara, en la línea que ya planteara en 1970 el lúcido republicano y socialista onubense Ramos Oliveira: la oportunista y evidente traición de la izquierda a las clases trabajadoras. Los perjuicios fiscales, sanitarios o educativos que el nacionalismo ha ocasionado y continúa ocasionando a los trabajadores catalanes son clamorosos.
En definitiva, La semilla de la discordia cumple con creces su principal objetivo: “Mostrar al lector que el nacionalismo constituye una de las mayores amenazas que se ciernen sobre la paz y la convivencia en el mundo de hoy”. Quizás su expansión en pleno siglo XXI, como advierten los autores, se esté produciendo por “una regresión a Neandertal de muchos votantes”. Dicho de otro modo, esa expansión del irracionalismo visceral ha emergido y ha sido reconducida por el arrebato populista ante la reciente Gran Recesión, siempre con la identidad y la xenofobia, disimulada o no, como bandera.