La llegada de Alberto Núñez Feijóo a la presidencia del PP nos alcanza en unas circunstancias que requieren de un líder de la oposición que asuma la trascendencia del momento. Por ello, de confirmarse el tono moderado de estos días, su aportación puede resultar fundamental desde una triple perspectiva.
En primer lugar, entendiendo que algunas de las grandes cuestiones que tenemos por delante sólo se podrán abordar desde un acuerdo entre los dos grandes partidos. Entre ellas, unas que venimos arrastrando de hace demasiado tiempo, como la renovación del CGPJ, y otras que han emergido como consecuencia de la pandemia y la guerra de Ucrania, especialmente el cómo conducir una economía brutalmente sacudida por una súbita y elevada inflación, sin dañar el tejido productivo ni poner en riesgo la frágil paz social.
A su vez, si determinante resulta la acción del Gobierno, también lo es el disponer de una alternativa fiable y moderada, algo que no parecía garantizado con el PP de Pablo Casado. Además, en un momento en que las propuestas autoritarias parecen fortalecerse en Europa, resulta muy saludable que nuestro partido conservador aparque el discurso radical y se oriente al centro. Es muy preocupante cómo, aun viendo la barbarie rusa, se hayan reforzado los liderazgos de las formaciones de carácter más autoritario en las recientes elecciones húngaras y serbias y que, más cerca nuestro, Marine Le Pen se aproxime tanto a Emmanuel Macron en las encuestas. Una buena sintonía en algunas grandes cuestiones entre nuestros dos principales partidos es un buen antídoto contra la radicalidad.
Finalmente, parece evidente que la propia elección de Feijóo, y su opción por rodearse de un equipo de confianza en que sobresalen líderes de comunidades periféricas, puede contribuir a una nueva aproximación territorial, aparcando la vocación centralista de Ayuso y los suyos. Aquella concepción que los lleva a la confusión interesada que tan bien refleja su expresión “Madrid es España dentro de España”. Así, quizás lo que nos espera es algo tan lógico y conveniente como entender que España es España y Madrid es Madrid. Mucha suerte al nuevo líder conservador.