Estoy viviendo con estupor, en mi propia universidad, un ejemplo de libro de esa lacra que es la cultura de la cancelación. El caso ha tenido bastante trascendencia por el vídeo que la víctima, mi colega Juana Gallego, ha colgado en Twitter y se ha hecho viral. Digo víctima y no me acaba de encajar el término porque cuando alguien no acepta ese papel y se rebela como lo ha hecho ella es como si dejase de serlo. Pero no. Esta mujer, a la que siempre he respetado por sus fuertes convicciones y su talante afable y dialogante, ha sufrido un inaceptable boicot por parte de las alumnas (parece que todas mujeres) del máster de Género y Comunicación de la UAB, que curiosamente ella misma puso en pie, con el entusiasmo que la caracteriza.
¿El motivo? Discrepar en sus posicionamientos públicos de la ley trans y la autodeterminación de sexo. Según estas alumnas (que se dirigieron a la coordinadora actual del máster), Juana Gallego cuestiona cosas que no se pueden discutir y, por tanto, para apuntalar una supuesta verdad universal (la suya) y castigar a quien la pone en entredicho (la profesora que lleva décadas investigando estos temas), deciden que no vale la pena ni siquiera escuchar el planteamiento de sus clases. Unas clases que, por cierto, no versan sobre el asunto que tanto les inquieta sino sobre publicidad y género.
Comenta Juana Gallego en una entrevista en El Periódico que la UAB le ha enviado “un correo muy elegante donde explica que es un centro de discusión y de debate en el que todos tenemos que convivir y que cumplirá la normativa”. Y añade: “Lo que no sé es cómo la cumplirá y tampoco sé si encuentra razonable que haya un boicot hacia una profesora. No sé si lo acepta porque no sé cómo interpretar el mensaje, elegante pero evasivo. Me podría haber contestado con el padrenuestro y habría sido igual”.
Conclusión: un alud de muestras de apoyo a título individual, pero también de multitud de entidades feministas y de la plataforma de profesores catalanes Univesitaris per la Convivència, que contrasta con ese nada novedoso comportamiento huidizo de los órganos de gobierno de la UAB, que ante las agresiones continuadas a los estudiantes de S’ha Acabat por parte de grupos de radicales independentistas casi culpan a los diputados que van a darles apoyo al campus.
Comentan, no obstante, algunos colegas que el tema es muy complejo. Pues no. El tema es muy sencillo. Y también muy preocupante. Los boicots ideológicos a profesores son incompatibles con un entorno académico sano. Como lo es tratar de aislar a otros estudiantes por sus posiciones políticas. No caben matices. No se puede demonizar la labor de quien ni siquiera ha podido empezar a realizarla porque ha escrito algo que no compartes. Ya está bien de tanta superioridad moral, de tan poco respeto a la autoridad de quien lleva años trabajando mucho y bien. Esto no va de la ley trans. Va de derecho a disentir.
A estas alumnas se les ha dicho desde la dirección del máster que pueden permitirse no asistir a las clases de Juana Gallego porque no superan el 20% del total de las requeridas para superar la asignatura. Craso error. A estas alumnas se les debería haber dicho que lean a Kant, a ver si entienden que su conducta no puede convertirse en norma salvo que queramos vivir permanentemente en las trincheras. ¿O es que no podemos aprender nada, ni siquiera escuchar, a quien no comparte nuestros planteamientos?
Otra perla que he tenido que escuchar estos días es que las ideas de esta profesora son minoritarias en el máster y en el campus. Y esto combinado con una surrealista identificación entre el boicot y el derecho a una supuesta libertad de expresión de las alumnas, para justificar su comportamiento. ¡Cómo si las minorías tuvieran que medir lo que dicen y las mayorías estuvieran legitimadas para arrinconarlas!
De esto va la cultura de la cancelación, así que, ahora que aún somos muchos sus detractores, más nos vale tomar ejemplo de Juana Gallego porque la intolerancia lleva tiempo rearmándose en sociedades donde parecía en inevitable retroceso.