La alcaldesa de Barcelona y el movimiento que lidera con mano férrea es un fenómeno político digno de analizar. Con una organización creada a su imagen y semejanza unos meses antes de las elecciones municipales del 2015, la líder antisistema y activista antidesahucios pasó a gobernar nada menos que la ciudad de Barcelona. En unos momentos en los que el Barça tiene dificultades para seguir en la élite mundial y el Honorable Aragonès García es un perfecto desconocido en el concierto europeo, la alcaldía de Barcelona es sin duda el cargo de más proyección exterior de toda Cataluña.
La alcaldesa Colau no pasa por sus mejores momentos, el pasado 4 de marzo tuvo que ir a declarar para dar explicaciones en un juzgado de instrucción de Barcelona por el caso de las subvenciones adjudicadas a entidades consideradas afines a los comunes. Aunque es cierto que en el pasado la Fiscalía Anticorrupción desestimó la denuncia al considerar que no había delito, no deja de ser algo que incomoda profundamente al colauismo. El caso es presentado por el aparato de propaganda de los comunes como un caso típico de persecución a la representante del pueblo frente a los oscuros intereses de los poderosos. Es muy probable que el caso termine desestimado, sin embargo, es indudable que podría afectar a la imagen de la alcaldesa.
El momento político es una buena oportunidad para intentar aproximarnos al fenómeno del colauismo. Un espacio político absolutamente dependiente de la figura de su lideresa, hasta el punto de que la pérdida de la alcaldía podría afectar a su continuidad como partido. Destacamos los aspectos más llamativos de su acción política.
Un partido mutante. El partido creado por la alcaldesa y su núcleo duro, surgido del Observatori DESC, es sin duda un partido que muta desde el activismo militante y se instala con toda comodidad en el institucionalismo. La organización practica un pragmatismo, que le conduce de una fuerte oposición inicial al MWC a sus coqueteos posteriores con la organización del evento. De la maldad intrínseca del capitalismo a la búsqueda de una interlocución privilegiada con Foment y al reconocimiento de las bondades de la colaboración público-privada.
Un partido que aparenta y manifiesta ser “diferente” pero que tiene el poder como obsesión. El colauismo maneja de forma inteligente los equilibrios de poder en los distintos escenarios: en Madrid con el PSOE, en Barcelona con el PSC, en Cataluña con ERC... en donde sea con quien convenga. Un izquierdismo que presume de ser transformador y transgresor pero cuya acción política tiene como principal objetivo conservar y disfrutar del poder, gestionando el máximo posible de recursos públicos.
Del “partido de la gente” al ecologismo fantástico. Del populismo peronista (la gente, el “pueblo”, la casta) a la adopción de una agenda ecologista como banderín de enganche más acorde con la “modernidad” y el “europeísmo”. Un ecologismo fantástico que encierra cierta dosis de religiosidad.
Del agit-prop activista a la propaganda institucional. El aparato de comunicación y marketing del ayuntamiento es un poderoso instrumento al servicio de la alcaldesa y su partido. El activismo colauita dispone de una red clientelar muy potente y muy bien subvencionada.
La ambigüedad como táctica. Su apoyo al secesionismo catalán recuerda al Guadiana: aparece y desaparece. A lo largo de su gestión de gobierno ha habidos coqueteos constantes con los secesionistas: lazos amarillos, enarbolar la bandera del combate contra el 155, facilitar el 1-O, aplaudir el referéndum, para posteriormente plantear su imposibilidad.
Hoy por hoy, el colauismo no está muy interesado en el tema. Le queda el recurso al “derecho a decidir”, supuesta prueba de radicalidad democrática, que les permite diferenciarse del PSC para tratar de pescar a independentistas desencantados y acercarse a ERC, previsiblemente su aliado natural.
El populismo como estrategia. Como cualquier populismo plantea soluciones sencillas y demagógicas para problemas complejos. Para abordar el grave problema de la contaminación en las ciudades el coche es presentado como enemigo del “pueblo” y el “urbanismo táctico” como la vuelta al Edén.
La ausencia de gestión eficaz y el desgobierno. Como muestra el último sondeo municipal llevado a cabo las dos últimas semanas de noviembre, un 49,4% de los barceloneses encuestados consideran que la gestión municipal es mala o muy mala y la alcaldesa no aprueba y obtiene la peor nota de todos sus mandatos: un 4,2.
El clientelismo como instrumento de acción política. La penetración e instalación en la Administración como forma de vida, no solo crea vicios personales, sino que puede lastrar a futuro la actuación de cualquier alternativa municipal.
El despotismo desilustrado que se manifiesta en la imposición del llamado urbanismo táctico, claro ejemplo de sectarismo y autoritarismo. Se gobierna desde el “mandato” obviando cualquier tipo de acuerdo.
Como colofón, el colauismo gobierna sin oposición municipal. Ante la ausencia de oposición (fragmentada o inexistente) y a pesar de la percepción de mala gestión, las encuestas muestran un sesgo favorable a permitir a los comunes seguir gobernando. Hasta el momento, el PSC, única alternativa viable al colauismo desde la izquierda, ha renunciado a presentar una candidatura creíble para gobernar la ciudad. Su acción política desdibujada se dedica al acompañamiento y blanqueo de la actual gestión de gobierno.