A los oligarcas rusos les ha tirado siempre Marina Port Vell, una apuesta francamente ganadora, si la comparamos con los amarres de Mónaco o los atraques rancios de Anse des Ponchettes, en Niza. El presidente del Puerto Autónomo de Barcelona, Damià Calvet, no tiene la culpa de que la reputación de los oligarcas esté en caída libre. Los amigos de Putin, que hace pocos días comparaban la belleza de Barcelona con el atolón de las Maldivas, son ahora unos apestados.
Cuando iban a favor del viento, los oligarcas pusieron de manifiesto su falsa superioridad frente al Mittelstand europeo, un estilo de vida socialmente responsable y respetuoso con el medio ambiente. A los detestables amigos de Putin, aquí se les dio cobijo, pero se nos pasó un defectillo: el accionista del complejo Marina Port Vell es el banco británico Salamanca Group, una pantalla chipriota con fondos de las Islas Caimán, propiedad de la petrolera rusa Lukoil.
Acabáramos. Los rusos llevaban años desayunando caviar regado con Moskovskaya y montando guateques sobre sus pantanales. Todo es suyo. Han creado un Barcelonagrado marítimo en nuestro puerto, a imagen y semejanza de Londongrado, el entramado urbano hortera y parvenu, pegado a la City de la capital británica. Pero la invasión criminal de Ucrania lanzada por Putin los desnuda ante la opinión de las democracias liberales; y ellos, ni cortos ni perezosos, ponen pies en polvorosa. Ya son leyendas del Emboscado, aquel oficial de la Gran Guerra, creado por Ernst Jünger.
En Barcelona han fondeado a menudo Vagit Alekperov, Andrey Molchanov y Roman Abramovich (el dueño del Chelsea, que tiene congelada la venta del club). A estos barcos se les sumó el Sea Rhapsody de Andrey Kostin, consejero delegado del banco VTB, el segundo más importante de Rusia, una entidad sobre la que planean históricas acusaciones de corrupción. Pero al ver que pintan bastos, el tal Kostin y el resto han puesto rumbo al Mar Rojo. Estos buques abanderados en las Islas Caimán ha vivido bajo nuestro cielo, glorificando la romantización de la violencia y la mística homoerótica. Ahora, sus dueños se esconden y dicen no temer a las autoridades europeas. Tan panchos ¿Será por dinero?
El caso más sonado en Barcelona es el del yate Dilbar, atracado ahora en Hamburgo, propiedad Alisher Usmanov. El patrón de Metalloinvest, empresa dedicada al sector de la minería y la metalurgia, posee una fortuna de s 19.500 millones de dólares, (según el ranking de Forbes), pero está sancionado por la UE y tiene sus activos congelados por EEUU. Usmanov tampoco puede entrar en Reino Unido donde es el patrocinador el Everton, aunque conserva en Londres una mansión de columnas dóricas con remaches auríferos, altar extravagante y necio, comprado al emir de Catar. En Port Vell, Usmanov exhibe todavía un mastodóntico amarre de 180 metros, pero el momio se le acaba ya que tampoco podrá pagar los servicios en dólares, por el embargo del Tesoro norteamericano.
Confiscar los yates de los oligarcas requiere un esfuerzo global concertado, y es probable que implique batallas legales interminables, argumenta Damià Calvet. Pues si lo importante es navegar, dime con quién navegas y te diré quién eres. Los rusos no descansan desde que la Guardia Costera de Noruega abordó el Ragnar, un barco con helipuerto y submarino, propiedad de Vladimir Strzhalkovsky, amigo de Putin desde los tiempos en que ambos eran agentes del KGB. En la lista del delirante espejo juliovernista de los rusos, el que más se acerca al Nautilus del capitán Nemo es precisamente el Ragnar. El más próximo a las páginas de Nostromo de Conrad podría ser el Tango, con 77 metros de eslora y bandera de la Isla de Cook, referencia remota convertida hoy en suite, palmera y cocktail de coco.
El asunto de estos oligarcas offshore tiene además el perfil geopolítico de altamar, donde la guerra lejana hace extraños compañeros de cama. La mediación de Israel en la invasión de Ucrania ayuda a los argumentos multilaterales que tratan de ocultar la bilateralidad del Kremlin. Las paredes del Tango han sido testigos mudos de ello, sin olvidar que su dueño, el magnate Vekselberg es de ascendencia judía.
Los oligarcas de Putin huyen de Barcelona; en sus plataformas marinas, ha dejado de sonar el ragtime bailable. A cambio, llegan hasta nosotros los ecos de la Novena Sinfonía interpretada, bajo las bombas, por la Filarmónica de Kiev, a modo de la orquesta del Titanic en plena catástrofe.