La izquierda de la izquierda se ha roto en pedazos. Yolanda Díaz y los ministros Alberto Garzón y Joan Subirats (procedentes de Izquierda Unida) han dado su apoyo a la decisión del Gobierno español de enviar armas a Ucrania. Por el contrario, Ione Belarra e Irene Montero, las ministras podemitas, han votado en contra de las ayudas militares.
Decididas a sacar pecho (o tetas) aprovechan hoy la celebración del 8M, el Día Internacional de la Mujer, para repetir su inconcreto “No a la guerra”. De la invasión de Vladimir Putin ni una palabra. Ellas apuestan por “la diplomacia de precisión”, incomprensible estrategia que seguro que frenará en seco las bombas rusas. Y califican al PSOE, como al resto de grupos europeos defensores de Ucrania, como partidos de guerra. ¿Qué hacen esas aprendices de diplomáticas en el Gobierno de Sánchez?
Da la sensación de que las ministras más cercanas a Pablo Iglesias están adelantando su fin de ciclo. Belarra incluso amenazó con dimitir si se enviaban armas, pero ahí sigue, en el Ministerio de Derechos Sociales. Tiene la cabeza en otra parte, aunque nadie sabe dónde. Pretender que su postura es un voto contra el imperialismo yanki o el capitalismo europeo suena a puro infantilismo. Con esos discursos es difícil formar parte de un Ejecutivo que promueve la permanencia en la OTAN, la alianza atlántica. para la resolución de conflictos de Europa, EEUU y Canadá.
Defiende Irene Montero que las feministas son “gente de paz”. Las mujeres, según su parecer, son las que más sufren la guerra. Por ese motivo de género, sencillo y excluyente, la ministra ha decidido que el 8M sea un canto al pacifismo. Repite que “hay que redoblar los esfuerzos para acabar cuanto antes con la guerra en Ucrania”. Cada frase que pronuncia, con ese ardor juvenil de campamento de verano, es más incomprensible que la anterior. Ha descubierto la diplomacia y con ella quiere pararle los pies a Putin y a sus tropas. Antes, aprovechando el Día Internacional de la Mujer, propondrá el “feminismo para cambiarlo todo”. Es normal que una buena parte de las feministas, además de los compañeros de Izquierda Unida, desconfíen de sus soluciones.
Alberto Garzón, ministro y comunista, empieza a tener pesadillas en las que Sánchez, harto de las salidas de tono de las dos ministras, convoca elecciones anticipadas. Se despierta sudando, pensando que los resultados electorales dan paso a una gran coalición del bipartidismo. El nuevo liderazgo en el PP de un conservador moderado, Alberto Feijóo, y la falta de apoyos morados a la sensata vicepresidenta Díaz han abierto la caja de los truenos. Sabe Garzón que un pacto de Estado, aunque solo fuera puntual y para asegurar la gobernabilidad en España, dejaría sin cargos a la izquierda de la izquierda.
Esos miedos explican que Garzón haya difundido en la revista de pensamiento LaU, a cuyo consejo de redacción pertenece, un texto en el que advierte de que "en ese escenario de elecciones y sin Yolanda Díaz como candidata, lo más probable sería un acusado retroceso de Unidas Podemos”. Para acabar, exige “dirigentes políticos responsables y de altura”. No se refiere, desde luego, a las ministras díscolas.
Poco hay en común entre los militantes de la antigua izquierda comunista --políticos que aún deben guardar en sus carteras el carné del PCE, del PSUC, de CCOO-- y los seguidores de Pablo Iglesias. El líder de la llamada nueva izquierda, el que se quedó en tierra de nadie tras ser derrotado en las elecciones en Madrid, sigue con sus arengas anticapitalistas en las tertulias y en su podcast. Pero pocos creen ya que el cielo se pueda tomar al asalto.
Hemos llegado al Día de la Mujer de 2022 con las ministras de Unidas Podemos desuniendo hasta el feminismo. Las feministas clásicas siguen criticando la Ley Trans de la ministra Irene Montero; consideran que pone en peligro las políticas públicas a favor de la igualdad y socavan los derechos de las mujeres. Tampoco gusta que la ministra no haya sido contundente en la abolición de la prostitución. Aquí sí que debiera haber demostrado su “diplomacia de precisión”.
El desconcierto de la izquierda radical es evidente, como lo es la división en el feminismo. En medio de una guerra en Europa, con millones de personas huyendo y refugiándose en otros países, será difícil para Pedro Sánchez aguantar las ocurrencias de políticos/políticas desleales. A pocos meses de la presidencia española de la Unión Europea, el Gobierno no puede mantener dentro a activistas de campamento. De lo contrario, Europa no confiará en España.