Hoy en día, los nuevos polos de poder económico y estratégico están en China, EEUU, Suiza, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Japón, Israel, etc., en economías que hace tiempo están capacitándose para afrontar los nuevos retos (por ejemplo, la escasez de agua en Israel o el modelo fintech en Suiza), y proveer al mundo de los productos con valor añadido necesarios actualmente como las baterías, las nuevas fuentes de energía, los vehículos eléctricos y autónomos, los dispositivos médicos y medicamentos personalizados o la tecnología quantum.
Les potencias económicas del siglo XXI son las que dominan la tecnología, los datos y el conocimiento y sus aplicaciones, aplican los sustitutivos de los recursos naturales más sostenibles y las redes. Estos países han sabido potenciar una fuerte industria adaptando rápidamente las tradicionales a las nuevas demandas como la automoción, la textil, la siderurgia o la propia química que a su vez son motores económicos y generadoras de puestos de trabajo. China ha pasado de ser la fábrica low-cost del mundo a líder tecnológico y proveedor de valor añadido imprescindibles para el mundo. Las nuevas industrias crean nuevos nichos como el vehículo conectado, las proteínas alternatives o las fintech.
Cuando uno va al médico busca un diagnóstico y un tratamiento. Sin diagnóstico, no hay tratamiento porque sería matar moscas a cañonazos y sin tratamiento saber el diagnostico no sirve más que para incrementar la ansiedad.
El problema que tenemos ahora es doble. Hay que reconocer que el hecho que enviar las fábricas a terceros países, de generar talento para repartirlo por el mundo y no invertir en innovación como se debe en los últimos 20 años, son las causas para tener una enfermedad llamada dependencia tecnológica e industrial. Unamuno en su aversión por la ciencia dijo “que inventen ellos” y un ministro español sentenció que “la mejor política industrial es la que no existe” y esta es nuestra enfermedad mientras que otros países sí han inventado, controlan las materias primas, producen y ahora son nuestros únicos proveedores convirtiéndonos en dependientes de su producción, pero también de su conocimiento.
Europa marcó el objetivo de llegar al 20% del PIB Industrial en 2020 porque la industria es intensiva en conocimiento, empleo y se arraiga al territorio y de momento no llegamos.
Ahora buscamos a toda velocidad como revertir los síntomas, buscando inversiones en startups para que sean compradas como unicornios, tratando de captar gigafactorías de baterías o de electrolizadores de hidrógeno, pero esto es el tratamiento, seguimos sin atacar la enfermedad y así no conseguiremos más que alargar la crónica de la muerte anunciada de nuestra sociedad del bienestar basada en el conocimiento.
Las empresas tecnológicas van bien, pero estas viven de las industriales (muchas pymes), entre otras. Tenemos un PIB basado en los servicios, pero estos viven de quien produce y la rueda se retroalimenta con los equilibrios. De hecho, las empresas tecnológicas y digitales se están industrializando, Amazon es una empresa productora y distribuidora y Tesla tiene gigafactorías, etc.
La comisión anunció recientemente una inversión de 43.000 millones de euros de aquí al 2030 para recuperar la producción de semiconductores en Europa (European Chips Act), el problema es que vamos tarde y solo TSMC, una de las empresas productoras de semiconductores de Taiwán invertirá 100.000 millones ella sola en los próximos tres años. Las cifras importan, la velocidad también.
Si no generamos conocimiento, no lo transformamos y producimos riqueza y trabajo aquí, de poco sirve hacer rondas de inversión A, B, C o Meta. Las personas no vivimos del metaverso, podemos vivir económicamente gracias al metaverso o la web 3.0 o las cripto, pero de momento comeremos, viviremos bajo techo, enfermaremos y seguiremos necesitando bienes físicos, por tanto, industria. La industria con nuevas tecnologías nos proveerá más rápido, de manera más sostenible o con mayor control de datos, pero debe seguir produciendo y aunque los sectores agroalimentario, químico, metalúrgico o textil no hayan adoptado el tech como apellido siguen siendo imprescindibles porque no solo de bits vive el ser humano tampoco una economía competitiva.