La apuesta del PP por Pablo Casado ha sido un fracaso. Un político joven, con masters dudosos, experiencia nula de gobierno y verbo arrogante acabó como el rosario de la aurora al punto de que la virreina de Madrid se le plantó airadamente al sentirse amenazada por el presidente del partido. La nueva etapa será mucho más tradicional, será un intento de repetir la historia, un barón autonómico se trasladará a la sede central para intentar alcanzar al PSOE y huir de Vox. Alberto Núñez Feijóo aspira a ser el nuevo José María Aznar, salvando todas las distancias con el expresidente de la Junta de Castilla y León que residió en La Moncloa después de Felipe González.

El actual presidente de la Xunta acumula trece años en el poder autonómico. Galicia ha sido para él una balsa de aceite que le ha permitido proyectar al conjunto de España una imagen de cierta moderación, desde luego no compartida por los observadores locales que han sufrido la deriva absolutista de Núñez Feijóo. En todo caso, es la figura más asentada de la que disfruta a día de hoy el PP. Isabel Díaz Ayuso en Madrid y Juanma Moreno en Andalucía son dos aprendices comparados con el presidente gallego, muy capaces de hacerle la vida imposible a Casado (y a Núñez Feijóo, llegado el caso) pero todavía muy lejos de atesorar los consensos imprescindibles para dirigir el PP, el primer partido de la oposición.

La debacle de Casado ha convertido a Núñez Feijóo en el destino manifiesto del PP y él lo ha aceptado como la llamada del deber que ningún gobernante periférico de ambición puede rechazar. Durante unos días, tal vez sólo horas, balbuceará frases incompletas sobre su voluntad de seguir defendiendo los intereses de los gallegos y glosará su sueño de seguir residiendo en Santiago de Compostela (al menos durante un mes, ha dicho) hasta que deba admitir que la presidencia del PP y su preparación como candidato a la presidencia del Gobierno español exigen el sacrificio de trasladarse a Madrid en cuerpo y alma.

Núñez Feijóo no lo tiene fácil. El PP ha quedado internamente tocado y a pesar del exorcismo contra la división que se practicará en el congreso que lo designará presidente hay mucho damnificado; por si fuera poco, Ayuso se ha convertido en la heroína que ha descabalgado a Casado y este reconocimiento la señala como un poder fáctico entre la familia de los populares y finalmente, el presidente de la Xunta no es diputado en el Congreso de los Diputados, lo que supone un inconveniente para identificarse en el cara a cara parlamentario como alternativa de Pedro Sánchez.

Aznar era un joven diputado muy veterano en el Congreso cuando alcanzó la presidencia del PP, tras abandonar la sede del Gobierno de Castilla y León. Mariano Rajoy, en su día vicepresidente de la Xunta, obtuvo las llaves de la sede de Génova después de bregar en muchos ministerios y largas sesiones parlamentarias. El desembarco en Madrid del futuro presidente del PP es, en este sentido, singular respecto de los dos precedentes más claros (y exitosos) de su aventura. Atacar la presidencia del Gobierno desde fuera del hemiciclo no es teóricamente un imposible, aunque tal probabilidad está por comprobarse hasta la fecha.

La realidad es que ni el PP ni Núñez Feijóo tenían otra alternativa. El partido porque un partido descabezado siempre tiene prisas por recuperar el orden interno e intentar frenar la pérdida de confianza de los electores. El candidato a presidirlo porque un político sabe del riesgo que conlleva dejar pasar las oportunidades, especialmente tras tantos años en la misma posición. Tal vez pudo levantar la mano cuando Mariano Rajoy lo dejó todo a la intemperie, sin embargo se resguardó en el córner gallego y la jugada le ha salido bien gracias a la inconsistencia de Casado. La celeridad con la que Ayuso derribó a Casado ha obligado a todos a improvisar una alternativa que todos habrían estudiado una y mil veces después de las repetidas derrotas electorales del PP frente a Pedro Sánchez. Difícilmente les puede ir peor.