Cuando ya nos las prometíamos felices con una epidemia razonablemente domesticada que nos permite soñar con un retorno a nuestros viejos hábitos, salvo mutaciones no esperadas del maldito virus, aparecen en el horizonte unos nubarrones negros, negrísimos que amenazan la más que necesaria recuperación económica. No está nada claro que 2022 signifique el inicio de los ansiados felices años 20 de este siglo.
Tenemos una inflación que ya pinta más a estructural que a temporal. Las cadenas de suministro globales se han roto y cuesta tiempo rearrancarlas y que todo fluya como lo hacía antes y también es cierto que el consumo va a trompicones, desatado cuando nos dejan, pero interrumpido por cada nueva ola, y llevamos seis en España. Pero la energía, el transporte, las materias primas... son demasiados elementos con los precios disparatados, más que disparados, que hace que la inflación tenga un crecimiento sostenido y eso está obligando a los bancos centrales a mover ficha en política monetaria.
Retirar los estímulos y subir los tipos de interés es algo técnicamente necesario en este momento. Pero comenzar la senda del ajuste cuando las economías están frágiles puede tener un efecto muy negativo. Para empezar la prima de riesgo de nuestra deuda ha vuelto a superar los 100 puntos, algo que no veíamos desde 2019 y que es una muy mala noticia para un estado tan endeudado como el nuestro (más del 120% PIB). Por otro lado, la morosidad en España todavía se mantiene baja porque los tipos están negativos y porque más de un cuarto del crédito a las empresas está no solo avalado por el ICO sino, además, en periodo de carencia. Subir los tipos justo cuando venzan los periodos de carencia elevará la morosidad por encima del 8%, una cifra asumible por un sistema muy capitalizado, pero por encima de lo que puede considerarse como sano.
Adicionalmente a nuestra enferma economía se le quitará en breve otra ayuda, los ERTE, un mecanismo que ha anestesiado el mercado laboral y nos ha permitido pensar que el empleo se había recuperado. Solo quedan unas 100.000 personas acogidas a esta figura, pero su incorporación al mercado laboral normal enfriará la euforia estadística del empleo. Necesitamos una buena Semana Santa turística sí o sí, que se llenen los hoteles de costa para poder tirar de economías muy maltrechas.
Si ya nos complicarán bastante la recuperación unos tipos de interés al alza, la inestabilidad geopolítica constituye otra fuente de incerteza tremenda. Rusia ha decidido, no se sabe muy bien por qué, despertar los temores de la guerra fría y quiere establecer un cordón de países no OTAN en sus fronteras. En la época de los misiles hipersónicos, de los drones y de la ciberguerra no se acaba de entender la obsesión por mantener una “zona de exclusión” entorno a sus fronteras. No es una buena noticia tener un ambiente bélico en Europa y menos haciendo que Estados Unidos no esté concentrado en su prioridad, el frente asiático. ¿Moverá China pieza aprovechando que el foco está en Ucrania? Una invasión de Ucrania puede complicar la economía y encarecer el petróleo, pero una invasión de Taiwan podría hacer colapsar el ya maltrecho mercado de chips ya que concentran el 30% de la producción mundial. Y ojo, su vecina Corea del Sur produce el 40%.
Si Europa depende del gas ruso, la dependencia de occidente de la capacidad productiva de oriente es extraordinariamente preocupante. De los veinte siglos pasados, en 18, China ha sido la primera potencia mundial. Dentro de nada volveremos a tener a China al frente de la riqueza mundial y habrá que ver cómo reajusta los equilibrios geoestratégicos.
Aproveche China o no la distracción en beneficio propio, si Rusia entra en guerra con Ucrania lo que seguro sufre será la unidad europea. Ahora más o menos todo el mundo es coherente, pero si habrá que ver qué ocurre con el consenso europeo si las cosas llegan a mayores. Puede que ese sea otro objetivo de Rusia, debilitar aún más una frágil Unión Europea.
En resumen, nos enfrentamos a amenazas para nuestro bienestar mucho más serias que el Covid.