Joan Reventós –el presidente más imparcial y ecuánime que ha tenido el Parlamento catalán— solía explicar que Esquerra Republicana de Catalunya no era de fiar, que era un partido de ideología contradictoria y difusa, propenso a obsequiarnos con inoportunos e inesperados fogonazos de rauxa. La historia le va dando la razón al bueno de Joan. La práctica política de los de Pere Aragonès es tan errática que valida la chanza que corre en algunos círculos periodísticos y políticos: “Esquerra, cada lustro un disgusto; cada año un desengaño”. Si no fuera por el sacramental que está montando Casado con el voto de Alberto Casero, y los trapis de Borràs en la Mesa con el caso Juvillà, el monotema de discusión en Cataluña sería la negativa de Esquerra a votar el acuerdo laboral. El día de autos el rostro angustiado de los líderes sindicales en la tribuna del Congreso era todo un poema. Sospecho que el secretario general de la UGT catalana, Camil Ros, farfulló en más de una ocasión un “tierra trágame” mientras Jéssica Albiach se refugiaba en las técnicas del mindfulness para vencer el estrés. El personal no está para sustos. Los de Pere Aragonès tendrán que decidir de una vez por todas si aspiran a heredar el hueco político que dejó el pujolismo o, en cambio, siguen compitiendo con Junts y la CUP por 100 gramos de pedigrí independentista. Aquel viejo eslogan del “Som com som” que tanto gustaba a Carod Rovira ya no sirve. No se puede ser independentista gradualista de día y sans-culottes radical de noche; por mucho que Gabriel Rufián sostenga que Yolanda Díaz no le dio suficiente cariño, hay actitudes políticas inexplicables. Desde una perspectiva de izquierdas el voto negativo de ERC es incomprensible e injustificable. Pero eso no es todo.
Hace apenas unos días, Oriol Junqueras presentaba en el Ateneu Igualadí su último libro, que lleva por titulo Contra la adversidad. Con una vehemencia poco acorde con los biorritmos actuales de la clientela independentista clamó: “Us proposo, us demano... gairebé us exigeixo que ho tornem a fer”. Así no vamos bien. Parafraseando descaradamente a Marx les digo: tras la tragedia del procés, repetir una nueva farsa es lo que menos le conviene a este país. Es muy complicado pactar con partidos y dirigentes sujetos a estados de ánimo oscilantes. Desde que se puso en marcha la famosa mesa de diálogo, Pere Aragonès y Junqueras no han dejado de repetir el cansino mantra del referéndum y la amnistía. Un punto de partida maximalista en las negociaciones que no vaticina nada bueno y que, junto a la reciente votación en el Congreso de los Diputados, dificulta las vías de entendimiento con el Gobierno de Pedro Sánchez. Si a ello añadimos –como ironiza Bernat Dedéu en un artículo sobre la nimiedad— a un Oriol Junqueras repartiendo misales por el territorio, convendrán conmigo que el panorama es desolador. La música que toca la orquesta de Esquerra Republicana desafina, suena a reguetón del malo. Sí, a ese estilo reiterativo que usa un ritmo sincopado para hacerse notar y lo hace con el agravante de que las letras que cantan sus vocalistas ya están demasiado vistas. Y eso cansa incluso a los bien intencionados. No en vano el cantautor cubano Pablo Milanés, preguntado por ese estilo musical hoy tan en boga, dijo: “El reguetón no es música. Es recitar cosas groseras”. Pues eso; este país necesita, si quiere prosperar, menos reguetón republicano de cortos vuelos y más coherencia, melodía y armonía política.