Una furtiva lácrima/ Cielo, si può morir...!/Di più non chiedo, non chiedo/ Ah! Cielo, si può, si può morir...! Si può morir d’amor..! La romanza de Donizetti huele a salitre desde que Salvador Alemany, presidente de la Fundación del Gran Teatre del Liceu, ha decidido instalar su segunda sede en el Port Vell. Por su parte, el Hermitage, marca del gran museo de San Petesburgo, mantiene el apoyo del Liceu para ocupar en el mismo entorno, a pesar del veto del Ayuntamiento al proyecto.
A la alcaldesa Ada Colau se le escapa de los dedos una Barcelona siempre aherrojada por su exigencia creadora. Su urbe-barrio muestra un temperamento irascible y un caminar muy lento. Pero sin alegría no hay capital; sin novedad no hay esplendor. Los viejos amigos de siempre en el bar de la esquina cierran el horizonte, bloquean la magia y la sorpresa. Colau ha olvidado la metrópoli imaginada que nos hace vibrar, el fuego abrasador que nos atrae.
Somos un país enfermo de ideología. Y precisamente, la tentación del parti pris le pasa cuentas a la edil, cuando la fiscalía Anti-corrupción asume la investigación de los contratos concedidos por el Ayuntamiento a una empresa salpicada por una trama corrupta, después de que el Consistorio se comprometiera a no trabajar con compañías imputadas.
No habrá pena de banquillo, pero sí de telediario, un pescozón duro para una lideresa que puso con altanería el listón demasiado alto. Colau antepuso su sesgo a la realidad institucional; confundió la promesa con la causa; se creyó imbatible, protegida detrás de su plataforma contra los desahucios, la PAH. Pero después de la barricada, vino el palacio; después del frentismo llegó el compromiso. A la alcaldesa se le fue la mano con su promesa de rigor moral ante cualquier imputación. Y ahora se ve empujada por la fiebre de los querulantes.
Le crecen los enanos. Se ha encerrado en el buen vecindario de la misma forma que el nacionalismo vive en el desván de la Cataluña ensimismada. Dos salmodias consumidas por el fuego de lo nuevo: la primera triste, la segunda trágica. A la alcaldesa no le podemos perdonar su ambigüedad, al soberanismo, su crueldad.
En un ensayo de su reinstaurado pragmatismo, la Generalitat ha convocado la comisión de seguimiento del Plan Territorial Metropolitano de Barcelona (PTMB), un instrumento imprescindible sumido en el olvido durante una década por la presión del mundo independentista. La conurbación de la Gran Barcelona ha sido tradicionalmente el granero de votos del PSC y ahora el partido del primer teniente de Alcalde, Jaume Collboni, aspira a una recomposición de fuerzas en el plenario municipal pensando en la palanca metropolitana, aquel instrumento que Jordi Pujol derribó en una ataque de celos. Collboni se crece con la vista puesta en 2023, un año electoral que tendrá un largo preámbulo en este 2022. Hay coincidencias que matan y casualidades impuestas por el Ministerio Fiscal.
Pese a su imputación, Colau no dimite y recuerda que las anteriores diez demandas similares contra el gobierno de la ciudad han sido archivadas. En esta ocasión, la carga de la prueba tiene el peso liviano que merece la credibilidad del demandante, aunque le asista la razón procesal.
Colau no capta mensajes ni elude adversarios; la Barcelona empobrecida es en parte fruto de sus remilgos. Con la reconversión del Port, gracias a la ópera y al Hermitage, los melómanos dirán la última. Todo adquirirá un tono más alegre y hasta puede que los aficionados al canto vuelvan a la lucha de clases, entre verdianos y wagnerianos.