El elogio hace milagros. A base de falsas bondades, alguien envalentonó al excomisario José Manuel Villarejo, cuando atravesaba los pasos perdidos del CNI; alguien le dio vela en aquel entierro. El mito genealógico del contraespionaje descansa en dos principios: el secreto y la razón de Estado. Es el escondrijo perfecto para la sinvergüencería. Y si unimos a los imaginarios espías de gabardina y sombrero de fieltro con el chambergo de los políticos del procés tenemos la combinación perfecta del peor crimen: la incompetencia.
El excomisario, investigado por trama criminal, cohecho y blanqueo, ha pensado, saco una idea de aquí y otra de allí, las suelto y se arma la marimorena. Esta semana intensa en despropósitos, Villarejo, ha denunciado de una tacada la obsolescencia del CNI en los atentados yihadistas del 17-A y ha destapado el mal oficio de los Mossos, en aquel momento, movidos por el Cesicat, la unidad neurálgica que acabó siendo la Agencia de Ciberseguridad de Cataluña, un Estructura de Estado de la etapa de Felip Puig, en Interior; el quiero y no puedo. De todo lo dicho nada porque aquel CNI catalán no llegó a funcionar por más que Villarejo haya querido desvelar reuniones de jefes de los Mossos con la CIA. Y si hubo algo, no importa porque todo salió mal; los yihadistas llevaron a cabo su atentado criminal en Barcelona y Cambrils, en parte, porque nadie hizo caso de las advertencias de la policía de Bélgica sobre el imán de Ripoll.
Acólito de la misa tridentina, Villarejo insiste en relacionar la investigación CNI con el procés, pero solo a medias. Practica la apología del secreto, el territorio del todo vale. Lo hace delante de sus señorías en el Congreso y también ante los jueces. Su canto a las inmoralidades que encubren a la cosa pública es de traca y pañuelo. Sus declaraciones en las Comisiones de investigación de las cámaras y los argumentos vertidos en sede judicial anuncian el crepúsculo de la política y del Derecho. En su entorno, la mentira se impone; a su lado, el bulo y la posverdad disfrutan de un paisaje espiritual duradero. Pues bien, a este hombre, el procés le cubría las espaldas cuando decía que la policía patriótica de la etapa de Jorge Fernández Díaz se dedicó a espitar a los políticos soberanistas. Según la versión del excomisario, hubo un CNI metido en la Kitchen y otro metido en el mundo soberanista para espiar a los no soberanistas. Dos manzanas podridas que se retroalimentaban en el laberinto de las cloacas del Estado
Villarejo es un corazón amurallado. Se hace pasar por lo que no es, como los personajes secundarios de Graham Greene que evocaban al SIS británico sin haber puesto los pies en el espionaje de la Reina. En todo caso, el excomisario no sería el simpático ladrón honesto ni el asesino tierno; no es que le falte cuajo, es que le sobran cuajos. Sus manejos junto al pequeño Nicolas, con el jefe del CNI, Sanz Roldan, en el fondo de la imagen, tienen algún parecido con estampas Le Carré en El sastre de Panamá.
El excomisario sube enteros, cuando la confusión es una niebla espesa. La misma Fiscalía ha tratado de mostrar que es imposible ser del CNI y utilizar pruebas falsas de las que Villarejo responsabiliza al mismo contraespionaje. En fin, hay miles de papeles en atestado, instrucciones y juicios orales. Villarejo, digno de la Corte de los Milagros, no es precisamente Max Estella. Mas bien produce yuyu y poca gracia. Y solo admite una pregunta: ¿qui prodest, a quién beneficia Villarejo el pendejo? ¿Por qué una parte de su azarosa vida es una tangente del mundo soberanista?