Mi hijo Jon pedía a los Reyes Magos que le trajeran “soldaditos”. Para sus guerras. Se hizo mayor y pasó a preferir los juegos de mesa. A ellos se dedicaron durante la tarde de Navidad, mezclando el catalán y el castellano, mis hijos y sus primos. Mientras, columnistas de medios independentistas, cómicos de TV3 que no hacen puñetera gracia y profesores de universidades públicas se han dedicado a soñar guerras. Venga llamar al frente, pero el enemigo no responde. ¿Será que no existe? En sus cartas o tuits, piden enfrentamientos. No anhelan adversarios, quieren enemigos. A estos soldaditos les faltan los entorchados de brigadier y la vuelta de su capitán general, Carles Puigdemont. La están preparando.

El pasado fin de semana, los diarios publicaban fotos de tanques y aviones rusos, estacionados y dispuestos a avanzar hacia Kazajistán para ayudar a su presidente, Kasim-Yomart Tokáyev, buen amigo de Putin. Parecen fotos de propaganda, pensadas para aterrar a los activistas que protestan contra un régimen autoritario que lleva 30 años en el poder. El nacionalismo catalán imagina tanques (o fotos de tanques) cruzando el Ebro.

Cuesta creer que los seguidores y líderes de JxCat se pongan el casco y salgan de su zona de confort. A pesar de las discrepancias con sus socios de coalición, siguen en el Govern cobrando buenos salarios y pactando leyes, presupuestos o fondos europeos con el Estado español. Quizás consigan que sus nietos, activistas en la CUP o en asociaciones diversas, vuelvan a quemar contenedores o coches ajenos, pero poco más.

Ya durante 2017, año del referéndum unilateral, oímos hablar de tanques que entraban en Cataluña. Pero nadie los vio. Acabada la votación y aprobada, teóricamente, la independencia en el Parlament, Carles Puigdemont salió al balcón y se limitó, libremente, a no declarar la autodeterminación. Ante elecciones aún sin fecha, sus seguidores han decidido utilizar la épica para intentar recuperar poder y desbancar a Esquerra Republicana de Catalunya. Al grito de “que vienen los españoles”, inventan colonizaciones. Olvidan que los militares de España están ocupados en otros menesteres: distribuir vacunas, participar en misiones de la OTAN o atender catástrofes naturales.

Me cuesta imaginar a Xavier Roig, articulista nacionalista, saliendo a la calle a defender la autodeterminación con su vida. Lo que sí ha hecho, como tantos otros soldaditos bien comidos, es escribir un artículo en el que asegura que “el catalán tiene enemigos, no adversarios” y que eso “se ha de acabar”. Ya no hay que contemporizar ni ser simpático porque los catalanes tienen el “enemigo en casa y no se gana ninguna guerra sin enfrentamientos”.

Escribir tantas veces la palabra enemigo, en un país democrático de la Unión Europea, solo puede ser fruto del delirio o del interés. No es el primero que usa un lenguaje que no oculta las ganas de conflicto. Pero Roig se pasó de la raya. Y su diario, el independentista Ara, ejerció el derecho a decidir su línea editorial; no quiere convertirse en un panfleto. Levantaron el texto y Roig, entre gritos de censura, dimitió.

Están en campaña. Un profesor de la Universidad pública Pompeu Fabra se asombraba durante las fiestas de que la sociedad admita que mueran miles de personas por Covid, mientras “nos da terror que muera alguien como consecuencia de la emancipación nacional”. Andan los opinadores, como sus líderes, provocando pleitos, mientras blanquean a ETA, se manifiestan con Bildu y hasta llegan a asegurar que “la estrategia vasca ha dado buenos resultados”. Valientes gudaris están hechos.

La clave para entender este belicismo de salón, ha sido desvelada por las damas más cercanas a Puigdemont, la periodista Pilar Rahola y la presidenta del Parlament, Laura Borràs. En uno de sus tuits, Rahola ha anunciado el retorno del expresidente y advertido de la necesidad de “empezar a pensar lo que haremos cuando vuelva”. Y, atentos al dato: “La pax autonómica no es opción”. Quizás piense en embarcar a su líder exiliado en una barca de pesca, en Cadaqués, y traerlo a Barcelona. Sueñan los patriotas con llegadas eléctricas. Necesitarían un Tarradellas, pero solo tienen un Puigdemont.

Cuando mi hijo jugaba a las guerras de soldaditos, cerraba la puerta de su habitación. Desde fuera oíamos cómo caían los ejércitos, bombardeados con piezas del Exin Castillos y canicas de colores. Una tarde, su hermana entreabrió la puerta y se llevó un buen golpe. Acudimos al rescate. Tras ser castigado, el niño manifestó que los capitanes éramos injustos: “Ya se sabe. Si no estás preparado, no has de entrar en la guerra. Caen bombas y los soldados mueren”. Cuánta razón tenía. A ver si estos soldaditos buscan la manera de ganar votos sin utilizar el catalán y el victimismo como arma de guerra.