Evidentemente, el señor Valtònyc puede estar la mar de satisfecho ante la reciente decisión de la justicia belga de no extraditarlo a España. Producto de esa satisfacción va sacando pecho a cada micro que encuentra y declaración que nos perpetra.
Hay que felicitarlo. Es verdad. Por ahora, aunque la fiscalía belga ha recurrido la decisión, la batalla judicial está ganada a su favor y la justicia española va quedando cuestionada en decisiones difíciles de explicar.
Según él mismo ha declarado está “contento con que se haya acabado eso”. “Fui condenado cuando tenía 24 (años) y, cuatro años después, he encontrado justicia. Pero ha tenido que estar a 1.200 kilómetros de casa. Es agridulce”.
Veamos: por más que me disgusten y que considere que las letras del señor Valtònyc son una ignominia, eso no significa que crea que, por esas letras ofensivas, amenazantes y faltas de toda sensatez, este personaje, ahora encumbrado por el independentismo más primario, deba ir a prisión.
Pero, sinceramente, hay algo que no acabo de entender: ¿cómo este sujeto, que se define anarquista y antisistema y al que no conocía ni Dios antes de largarse y que ha encontrado su modus vivendi en la corte de oportunistas al abrigo de Waterloo, no aprovecha su (supongo que ya aprendido) dominio de una de las tres lenguas (francés, neerlandés o alemán) que se hablan en el país que le da cobijo para deleitar con su arte de rapsoda musical a sus nuevos conciudadanos?
Qué mejor que provechar el abrigo de su nueva morada para seguir desarrollando esa carrera musical que quedó “traumáticamente truncada”, ¿no les parece?
Es decir: ¿por qué privar a la ciudadanía belga de disfrutar de la capacidad creativa de tan interesante personaje y de sus letras?
Aprovechando que en Bélgica rige una monarquía parlamentaria podría de nuevo cantar pidiendo, por ejemplo: “El rey Felipe (belga) tiene una cita en la plaza del pueblo, una soga al cuello y que le caiga el peso de la ley” o “Burgués, ni tú ni nadie me harán cambiar de opinión, cabrón, seguir el acto de fusilar al de la casa de Orleans”. O podría melodiar que secuestrasen al hijo del primer ministro Alexander de Croo o cantar algo parecido a “A ver si las Células Combatientes Comunistas belgas ponen una bomba y explota” o “Quiero transmitir a los belgas un mensaje de esperanza, las Células Combatientes Comunistas son una gran nación”.
Hágalo, señor Valtònyc, no prive usted de su arte y capacidad dialéctica que enriquecería el idioma y a la sociedad donde reside y estoy convencida de que, probablemente, no le aplicarán el Código Penal de ese país, pero ya veremos si esa misma justicia belga no le pone una multa que le cruja y esa sociedad y ciudadanos que le rodean ahora no le insultan y escupen por la calle.
Si Bélgica, a diferencia de España, es para usted el ejemplo del paradigma de la democracia y la justicia ¿por qué privar a los ciudadanos de ese agradable y civilizado país de sus aportaciones a una cultura tan educada y ponderada?
¿O es que resulta que usted no tiene nada de anarquista revolucionario y más bien es un mediocre farsante que, según le interesa, hasta se nos hace monárquico y apuesta por creer en el imprescindible y justo sistema de los países democráticos?
Seguramente la respuesta es que además de ser usted un bocazas es también un aprovechado y un cobarde.