El debate sobre las relaciones entre el sector público y el privado ha generado, genera y generará mucha literatura. ¿Qué es, qué significa y para qué sirve? Pero en todos los debates siempre surge la sombra del tráfico de influencias. En la tradición de las sociedades democráticas se ha legislado para evitar, neutralizar los efectos perversos de posiciones de información privilegiada, contratos adjudicados desde una lógica de favor. Pero más allá de las normas, periódicamente surgen situaciones que provocan malestar, incomodidad social y sonrojo, cuando no actuaciones administrativas de rechazo y condena.
Pero todas las monedas tienen dos caras, y la cara perversa de las situaciones arriba citadas es que estamos llevando aquellas personas que deciden hacer una contribución al servicio público a poner su credibilidad en entredicho si quieren volver a trabajar en el sector privado.
No puede ser que si tomas un compromiso profesional, laboral, temporal en el sector público, bien sea como cargo electo o como gestor público, tu regreso, retorno, o vuelta al sector privado esté anatemizado.
El diálogo público-privado debe ser claro y transparente, pero hemos de olvidarnos de los anatemas. La cara oculta es que, si no puedes regresar, si el sector privado te ve como persona estigmatizada, no te aceptarán. Si el ágora te condena, ¿quién se mueve?, nadie querrá entrar en el sector público, porque después la sospecha estará cerca. Vamos a cronificar los bloques, el público y el privado. Por lo tanto, adiós al aprendizaje mutuo, adiós al intercambio de conocimiento, de experiencias. Adiós a una verdadera colaboración público-privada. Los inquisidores de falsas morales siempre acostumbran a tener una conciencia limpia; la historia explica que sus prácticas son más que dudosas.
Hemos de asumir las legitimidades, del mundo público y del mundo privado, y en positivo, no seamos ni despectivos ni condescendientes, son realidades diferentes, pero complementarias. Las interacciones deben tener normas claras, fáciles de comprender y seguir. Nos estamos jugando el disponer de unas administraciones eficaces y eficientes y unas empresas abiertas a las nuevas realidades sociales.
Deberíamos sopesar la conveniencia de profesionalizar la gerencia pública.