Innecesariamente se tortura a los empleados de los supermercados, y no por maldad de los patrones o de los gerentes de cada establecimiento, sino por descuido o ignorancia: por no pararse cinco minutos a pensar en su bien. Es de suponer que los mismos empleados, por temor a significarse o llamar la atención de sus superiores, soportan la humillación en silencio. Y nuestros intelectuales y columnistas de prensa y periodistas influyentes no denuncian el caso porque ellos no se han enterado de lo que pasa, ya que no se molestan en hacer la compra: de eso se encarga la asistenta o la esposa.
Por suerte yo sí soy un intelectual democrático y popular, yo sí voy al súper y me expongo a esa agresión que aquí denuncio. Y además, no me limito, como suelen hacer otros, más comodones, al puro criticismo de exponer un problema, sino que también propongo una solución. En este caso, el problema queda someramente expuesto en los cuatro siguientes párrafos, y el remedio, en el quinto.
En todas partes se pone música más o menos anodina, que supuestamente hace el ambiente más agradable y el trabajo más llevadero. En los vestidores de mi piscina, por ejemplo, suenan siempre unos sucedáneos de Pink Floyd más bien patéticos en su mimetismo, pero inofensivos. La música de los supermercados es otra cosa. Es especialmente repugnante. No me refiero a establecimientos de la cadena Bonpreu, en los que nunca hay que entrar porque todo es más caro de la cuenta y encima suena, en bucle sin fin, rock català. Como los amos de la cadena son separatistas, hay que someterse a las canciones de Sau, de Sopa de Cabra, de Els Pets... ¡de Els Amics de les Arts! Los clientes pueden soportarlo durante el breve tiempo que necesitan para avituallarse, o irse, como yo, a hacer sus compras en otro sitio; pero los empleados --panadería, frutería, pescadería, carnicería, los reponedores, los cajeros, los mozos de almacén, los descargadores, etcétera-- están cautivos y sometidos a ese régimen sonoro embrutecedor durante todo su horario laboral. ¡La de veces que habrán oído, los pobres, Boig per tu! ¿Y qué hacen los sindicatos? Nada. ¡Qué van a hacer si se han vendido al nacionalismo de sus señoritos!
En otras cadenas ponen reguetón y esas canciones toscas y primitivas de una serie de cantantes hispanos, más o menos tatuados y parecidos, que parece que acaban de despertarse a media mañana y aún tienen sueño y afectan un tono nasal y quejumbroso: “Siento que te quiero demasiado”, “Di-hi-te que mequería pero me engña-t-te”, “Yo no jé lo que micit-te”...
¿Paradigmas de estas canciones gandulas y plañideras? Pendejo, de Enrique Iglesias, por ejemplo, o Gitana, de Sergio Contreras y Demarco Flamenco.
Ya sé, ya sé que también a nuestros padres les parecían vulgares e insufribles el ruido del rock y aquellas voces de pervertido exhibicionista de, por ejemplo, Mick Jagger, que a nosotros nos encantaban y nos parecían libertadoras; pero creo que en aquellos tiempos y estilos había una base musical, había inventiva y a veces una ambición lírica de cierto alcance, que no se puede comparar con esta paupérrima subcultura de alma en chándal. ¡No hay derecho a agravar la monotonía del trabajo de los empleados en los supermercados con esta alienación sonora contra la que no pueden defenderse!
Así pues, lanzo desde aquí un llamamiento a los columnistas con conocimientos musicales básicos y sensibles al hecho social y a los derechos de los trabajadores --sean de izquierdas o de derechas, ¡vengan de donde vengan!-- para que, a partir del fabuloso patrimonio de la música popular, todos juntos confeccionemos una lista de unas 2.000 canciones inspiradoras, desde la vieja copla a la nueva trova, del flamenco al fado, pasando por la bossa nova, la canción melódica italiana y la chanson francesa; lista que propondremos a los patrones de los supermercados para que se difunda en sus establecimientos en vez de esas invitaciones al cretinismo... si es que de veras es imprescindible que en los espacios públicos suene música.
Ya les digo yo por adelantado que en esa lista no figurarán ni Pendejo ni Gitana.