2022 será un año decisivo para la economía española no tanto por la esperada recuperación económica sino, sobre todo, porque comenzaremos a recibir fondos desde Europa, 70.000 millones en subvención y otros tantos en préstamos. 140.000 millones en seis años solo comparables con los 230.000 millones percibidos por España en sus primeros 25 años como parte de la incorporación a la Unión Europea. En menos de la cuarta parte del tiempo recibiremos bastante más de la mitad de lo que recibimos para “ser europeos”. Gracias a esos fondos hoy disponemos de las mejores autopistas, aeropuertos, trenes de alta velocidad... y paseos marítimos y rotondas, claro.
El nuevo maná europeo no viene para hacer más obras, ya no nos caben, sino para transformar nuestro modelo económico. La Unión Europea nos quiere más verdes, más digitales y menos dependientes del turismo de masas y esta inyección de dinero es una excelente excusa para intentarlo.
Tenemos una oportunidad, solo una, por lo que tenemos que hacerlo bien. España ha cambiado muchísimo, para bien, desde que entramos en la Unión Europea, pero hemos perdido impulso. La crisis pasada no nos sentó bien ni cambiamos nada. Nuestro vecino Portugal no hizo tan buen uso de los fondos que les llegaron desde Europa cuando entraron en la Unión Europea, pero sin embargo han hecho muchísimas reformas tras su rescate en 2011. Hoy en Portugal se respiran más ganas de cambio que en España, donde vivimos adormecidos en una mezcla de autosatisfacción y resignación.
Estos 140.000 millones deben cambiar muchas cosas. No deben ir por el desagüe del gasto y la subvención tonta sino que deben potenciar un modelo energético más verde pero también más eficiente y, sobre todo, dar un gran empuje a la digitalización de las empresas y a cierta reindustrialización.
Si algo ha hecho el Gobierno es crear una gran expectativa en relación a estos fondos. Las autonomías, los ayuntamientos, las asociaciones empresariales, las grandes empresas han inundado la administración de ideas para gastar tres o cuatro veces lo que recibiremos. Habrá que ver cómo se gestionan estas expectativas y, sobre todo, cómo se gestiona la frustración de quien reciba menos de lo que espera, que será la gran mayoría de los agentes.
Se ha comenzado por estructurar las ideas en torno a grandes proyectos, lo cual tiene todo el sentido del mundo. Si se impulsa un gran proyecto parte de ese dinero permeará por el tejido empresarial capilar. Puede parecer que se premia a los grandes, pero son los grandes los que logran traccionar a los pequeños. Subvencionar a los pequeños directamente no tiene el mismo efecto multiplicador que hacerlo a los grandes.
Está por ver cómo se controlará este gasto tanto por el Gobierno como por la Unión Europea. Será una tarea difícil y que probablemente genere roces. Pero lo más complejo será, de nuevo, satisfacer a los gobiernos autonómicos, quienes se han más que ofrecido para repartir este maná. La mayoría de feudos autonómicos y locales ya han abierto sus oficinas de despliegue de los fondos europeos, creando nuevos puestos para amigos y asesores. Ese no es el camino, el dinero tiene que llegar a las empresas y no quedarse en las administraciones.
Es difícil prever el futuro que nos espera si acertamos, pero no lo es si fallamos. Si no lo hacemos bien, nos descolgaremos definitivamente de la Europa rica y el gap con ella irá creciendo más y más, haciéndose insalvable porque ellos sí serán, ya son, verdes y digitales.