La economía abre una espita a la esperanza. Elena Massot, la presidenta de FemCat, una fundación empresarial de marcado acento nacionalista, se opone al blindaje de la inmersión decretado por parte de la Cámara de Comercio de Barcelona. Esta corporación ha incluido en sus estatutos el uso exclusivo del monolingüismo catalán para todos sus miembros, cientos de empresas, que cada día son menos por el nulo prestigio de la entidad. Para frenar el desatino, FemCat ha levantado la bandera del polilinguismo, argumentando llanamente que las empresas provienen de culturas diferentes. Parece que Elena Massot no le baila el agua al Govern.
Si es así, bienvenidas sean sus gotas de prudencia. De momento, ha demostrado que la justa medida no es el lenguaje de los cobardes. Se nota que ella fue acunada en los adentros del pujolismo bajo este sintagma: primero el negocio, en la lengua que sea. Su padre, Felip Massot, un convergente primigenio de Reus, levantó la inmobiliaria Vertix, una empresa familiar de la que Elena es ahora la consejera delegada.
FemCat ha dado un paso hacia la paz, en medio de un clima político enrarecido en el que destaca Laura Borràs, presidenta del Parlament y portavoz de las aspiraciones monolingües con menoscabo de la convivencia en un país desgastado por guerras artificiales, que apelan el vientre de la fiera. Por su parte, el president Aragonés, cerril cuando se lo pide el cuerpo, ha dispuesto una ofensiva inspectora para burlar el 25% de castellano en las aulas. El Govern considera que este porcentaje de castellano en la escuela pública catalana es un secuestro; defiende su inmersión ilegal del 100% como “el lobito bueno al que maltrataban todos los corderos”. El mundo al revés.
Digámoslo claro: la guerra de las dos lenguas es un sofisma, un argumento falso que alimenta la batalla entre los soberanistas y la derecha hiperbólica, sin desperdicio de Pablo Casado, epítome torpe de un frente que descartó Aznar en los noventas y que orilló Rajoy, en 2011. La experiencia nos dice que, si el PP alcanza algún día el poder, acatará una vez más la normalización lingüística de la escuela catalana, por más que ahora exija un bizarro 155, algo parecido al tigre político detestado por Ortega y Gasset, el sabio que propugnaba una higiene de los ideales y una lógica del deseo.
FemCat pide una economía multilingüe competitiva. Es decir, aplica un eufemismo, concepto indoloro, pero indicativo de que algo se mueve en favor del bilingüismo, sintaxis natural de nuestros mercados, éxito mestizo. El pueblo catalán ama apasionadamente a su lengua vernácula, pero una gran parte de la ciudadanía sabe que el monolingüismo autoritario es la semilla del mal.
Elena Massot, formada como directiva en el Instituto Químico de Sarrià (IQS), no es una simple mensajera de la paz. Se mueve en la vertiente racional, dispuesta a defender la lengua de los negocios, la que hablan el cliente y el proveedor. Si al asunto hay que llamarle polilingüismo, que así sea. No somos tontos del todo, pero que haya paz. Canet de Mar no es la Ermua de Miguel Ángel Blanco por más que lo diga el atrabiliario Carlos Carrizosa, un diputado de permanente ceño fruncido, que dispara sin observar. Si prestara atención, más allá del trágala, percibiría cambios ligeros, como para empezar a modular el pasado tiránico de la vanguardia indepe. El procés duerme; que lo despierte Vox a grito pelado tiene una lógica ultramontana, pero Ciudadanos ha de aprender a exhalar sin proferir.
Jugando al escondite detrás del cosmopolitismo plurilingüe, la señora Massot ha dado un paso aparentemente escaso, pero trascendental. Mejor esto que nada.