Son curiosos los esfuerzos de algunos analistas pujolistas para colgarle la responsabilidad del nacimiento y actual auge en las encuestas de Vox a… ¡a Ciutadans, nada menos!
Hombre, no, por ahí no pasamos. Estas “verdades alternativas” son francamente difíciles de digerir. Ya comprendemos que se trata, por un lado y como es obvio, de engancharle la etiqueta de cavernaria y ultraderechista a cualquier iniciativa política o intelectual que discrepe activamente y debele el credo nacionalista, como fue el caso (ya hablo de Ciutadans en pasado) de aquel partido que nació de la disidencia del estamento intelectual catalán no sobornado por el Govern. Con una plataforma ideológica tan razonable y tan oportuna que, a pesar de la rabiosa campaña de demonización de la prensa sobornada, en muy pocos años ganó las elecciones autonómicas. Aunque fuese una victoria que la deficiencia en la gestión de la misma volvió estéril.
Y comprendemos que se trata también, y sobre todo, de sacudirse las propias responsabilidades: de autoabsolverse de la actual decadencia económica e intelectual de nuestra región, y de las posibles estampidas futuras hacia el abismo. Pero para lograrlo habrá que redoblar los esfuerzos, porque es evidente quién fue la partera de Vox: los sistemáticos desplantes, los desafíos chulescos, los desprecios y ultrajes, la retórica supremacista y, en fin, el procés que se desarrollaba, televisado y a la luz del día, ante la pasividad estupefacta de los grandes partidos estatales y que culminó en el golpe de Estado de 2017, acabaron por despertar, como reacción, a un nacionalismo españolista que estaba desautorizado por la historia reciente y la infamante memoria de la dictadura y que dormitaba, reducido a sus covachuelas y palacetes. Ciudadanos nada tuvo que ver con ello. Era un partido esencialmente racionalista, no sentimental ni romántico, como es lógico dada la nomenclatura de sus fundadores en el restaurante El Taxidermista de la plaza Real: Toutain, De Carreras, Azúa, Espada, Pericay, etcétera.
La dialéctica opera así, y las responsabilidades de cada uno son las que son. (Y en este sentido, dicho sea de paso y si se me permite el excurso, cabe compadecer por adelantado al señor Rivera el día que despierte por la mañana y en esos momentos de aguda lucidez propios de los primeros instantes del día, cuando la mente está fresca y despejada, comprenda cabalmente lo que hizo con el colosal patrimonio de votos y esperanzas que había reunido Ciudadanos).
En fin, “lots of water under the bridge, lots of other stuff, too”. Tampoco es de Ciudadanos, ni de ningún otro partido nacional, sino de los nacionalismos regionales, la corresponsabilidad del reciente nacimiento en Madrid de otro nacionalismo regional, gemelo pero opuesto, que copia los recursos retóricos y triquiñuelas del catalán en el discurso victimista (el Estado nos roba) y chovinista (el mundo nos mira y nos admira, ¡y con motivo!) y que, asumiendo como propios los valores soberanistas y antisolidarios implícitos, aunque larvados, en el Estado de las Autonomías, y largamente explotados en Cataluña y el País Vasco, se lanza al dumping fiscal sin escrúpulos… algo que tan razonable le parecía al PNV cuando solo él lo practicaba y que ahora le parece perverso.
Recuerdo que Helder Cámara desarrolló la teoría de la “Espiral de violencia” en el libro con el mismo título: cuando una fuerza ejerce la violencia y otra fuerza adversa replica también con violencia, justifica a la primera para una contra-reacción violenta, y así ambas se ven presas en una espiral que se autoalimenta, que no cesa y que se perpetúa, como las deudas de sangre en las familias de las poblaciones primitivas o como la columna sin fin de Brancusi. Cámara se murió antes de escribir la secuela lógica de “Espiral de violencia”, que podría titularse “Espiral de mezquindad”.
Así son las cosas y así hay que recordarlas y no tal como las cuentan los difusores de verdades alternativas en la prensa.