Un hombre de la montaña. Nos dejó a principios de diciembre. Vivió toda su vida en y para su tierra, lo que ahora llamamos los Prepirineos. En una masía de un agregado municipal llamado Canalda, uno más de la infinidad de núcleos diseminados que cubren toda nuestra geografía. En la hora de las ciudades, de las smart cities, es un deber, y casi una obligación recordar con dignidad a aquellas personas humildes que configuran los territorios que ahora hemos llamamos vaciados. Estas líneas de recuerdo son una reflexión para unas personas, mujeres y hombres, que con su vida han permitido, permiten, que haya vida más allá de las fronteras de la urbe.
Cuando los habitantes de las aglomeraciones urbanas salimos, especialmente los fines de semana, durante las vacaciones, o para descubrir, conquistar y ocupar los llamados espacios rurales, nos olvidamos muchas veces de que hay habitantes que de forma anónima mantienen estos espacios vivos. En lenguaje urbano, los podríamos llamar los gestores del territorio. Cuando llegamos al espacio rural nos extasiamos con el paisaje; ¡oh!, ¡qué bonito!, declaramos de forma enfática. Pero nos olvidamos de las decenas de personas que cuidan este territorio, aunque para muchos visitantes urbanos es solo una foto para colgar en una red social.
Cierto es que estamos generando una presión productivista sobre el campo, y que por desgracia para muchas personas que viven en y para el campo la prioridad primera es la rentabilidad, olvidando la función de cuidar el territorio. Tendremos que aprender a retribuir los costes reales si queremos los espacios ordenados. El campo no se cuida solo.
Ramón fue una persona que vivió, cabalgó de la tradición a la modernidad. Era discreto, con una mirada de sonrisa, de placidez. Generando paz y sosiego en su entorno. Cuando hablamos de recuperar la vida en estos territorios, lo hacemos muchas veces desde una perspectiva urbana, olvidando las almas reales del país. Pero las verdaderas señas de identidad de un país, de su cultura, son también los Ramones. Pónganles todos los nombres de pila, femeninos y masculinos, que prefieran. Personas entregadas a cuidar, a enseñar y a proteger la nomenclatura histórica de los lugares. Sus caminos, sus fuentes, sus bosques, su naturaleza. Un aprendizaje de usos y costumbres, basado en horas, días, semanas, meses, años, de ver, de observar y transmitir su sabiduría, su gran big data.
En un mundo donde la premisa fundamental es ir rápido, rápido, rápido descubrir que el tiempo tiene otras declinaciones es una necesidad imprescindible. La mayoría de estas personas anónimas no entienden de homenajes, su vida es cuidar la tierra, la naturaleza. Cuando estamos en los debates del cambio climático no deberíamos olvidar que la integración harmónica del ser humano con su entorno es saber respetarlo, comprender sus ritmos. La sostenibilidad también es ayudar a vivir con comodidad y con dignidad a estas personas que viven en el mundo rural. Cuando viajamos al territorio, a su territorio, respetemos y cuidemos de él.
Ramones, Ramonas, gracias por vuestras sabidurías ancestrales. Ahora que estamos redescubriendo la importancia de los séniores, no lo hagamos solo desde una perspectiva comercial, de segmento de mercado. Demos a la palabra sénior la connotación de persona con experiencia, en el sentido histórico real. Persona con historia, con presente y puente para el futuro. Gracias.