No es ningún secreto que a Iván Redondo los números le dan así: “Yolanda Díaz lidera la preferencia presidencial con el 27%; se impone entre los ciudadanos de 45 a 55 años y también entre los pensionistas, con el apoyo del 30%”. ¿De dónde salen los datos? ¿Con qué instrumentos sociológicos se ha efectuado este enjuague? Chi lo sa? La vicepresidenta del Gobierno no es una alegoría. Ella se independizó desde el principio de Sánchez y de Podemos; adquirió vida propia. Pero, de momento, solo es una promesa de futuro en la arena política española, llena de gladiadores.
Mientras Vox alcanza el 20% en la demoscopia evanescente, el PP pierde escaños por el desgaste de Díaz Ayuso y por el escándalo moral de la Kitchen, imborrable atrocidad, que empieza a erosionar seriamente al partido de Casado, después de los amagos de Rajoy, desconocedor de la caja B, objeto de la condena al PP, que a él le costó la presidencia. Por su parte, la bajada del PSOE a causa de la incertidumbre económica, convertida en infatuación por la derecha, pondría el resto. Si ocurre así, Redondo ya lo tiene claro: 78 escaños para Yolanda y 67 para Sánchez, tal como consigna en su último artículo en La Vanguardia. ¿De dónde lo saca? Chi lo sa? Pero supongamos que sí y supongamos además que se mantiene la mayoría de la moción de censura, gracias a la Tercera España --soberanistas, regionalistas y cantonalistas-- por encima de la suma de PP y Vox. Yolanda presidenta, en la mesa de Torrelodones, con el ex jefe de Gabinete de Presidencia ejerciendo de croupier.
La recomposición del mapa catalán aguarda ansiosa. A Yolanda la esperan los comuns para arrebatar a los socialistas la bandera de la izquierda. ¿Es un sueño? No, Yolanda no es un sueño; es un sueño en vigilia. Ella está segura de lo que percibe, otra cosa es que se cumpla lo que percibe. Sea como sea, la Yolanda recompuesta, tras una hipotética caída general del voto socialista, iría en busca de sus confluencias, siempre que los comuns abandonen su ambivalencia, porque dentro del laberinto soberanista no hay espacio para la gobernabilidad de España.
El corazón de la vicepresidenta segunda no brilla todavía; de momento, solo late; es un fetiche elevado y cobra vida simplemente porque existe. El dios de la ideología remodela el mundo, ensambla las piezas de nuevo, sin permiso de nadie. Cuentan que un emperador de las estepas hizo levantar un muro hecho con prisioneros trabados con argamasa. Poco a poco, el muro dejó de palpitar, se hizo el silencio y allí germinó una nueva civilización. Pues bien, quizá por ensalmo, aquí funcionaría la nueva izquierda posible, sobre el cadáver de la Segunda Internacional Socialista y gracias a la metamorfosis del 15-M. Es mucho decir.
Antes de arengar a la nueva hegemonía, queda otro dato inmarcesible: hay que desalojar a la imbatible inteligencia reptiliana del PSOE, un aparato calvinista, que reduce la disidencia a ceniza, como saben José Luis Ábalos y el propio Iván, calcinados en la plaza pública, a lo Miguel Servet en Ginebra. Si Yolanda sobrevive, será sorteando las brasas de Moncloa, nido de hugonotes.