El acuerdo de los comunes con el Govern para la aprobación de los Presupuestos de la Generalitat, con la contrapartida del apoyo de ERC a los del ayuntamiento, configura un nuevo escenario. Confirma además la centralidad de la confrontación electoral en Barcelona de la que lo único claro es que se celebrará el último domingo de mayo de 2023, un año que puede ser además electoralmente fastuoso: locales, autonómicas y generales. El resto es pura incógnita, incluidos los principales candidatos. Eso sí, por el interés general de los barceloneses, parece imprescindible conseguir sustraer el debate de la dicotomía independentismo / soberanismo, para situar a la ciudad y las soluciones que su mejora precisen en el centro del debate.
Los comunes, en permanente mutación con el objetivo de mantener el poder, parecen salir reforzados como partido útil de esa especie de zoco en que se convirtieron los presupuestos de acá, allá y acullá. El caso es que podrían proyectar una imagen de cierta centralidad y de haber roto el bloque “indepe”. En resumen, Colau crece y se refuerza; Ernest Maragall decrece y se debilita; y el PSC queda en tierra de nadie y de nada, descolocado. Es más, puede terminar siendo el tercer socio de un tripartito municipal. Sin descartar la hipótesis de que el “tripartito” pueda acabar siendo un bipartito de ERC y comunes. Vamos adaptándonos día a día a lo nuevo que venga.
En las últimas semanas se ha acelerado ostensiblemente la campaña que desde el gobierno municipal están impulsando los comunes, concretada en viajes, declaraciones o inauguraciones protagonizadas por la alcaldesa. Es algo digno de destacar que han sido capaces de combinar dos líneas de acción que no es frecuente que coincidan: la de agitación propia de partidos de izquierda, en particular de los populismos, y el aprovechamiento de los cuantiosos recursos del gobierno municipal. De esta forma, aunque sea una coalición, toda la atención se ha centrado en la lideresa, es decir, en Ada Colau, empeñada en sumarse al carro de la vicepresidenta Yolanda Díaz. Los comunes gobiernan en Madrid con el PSOE, en Barcelona con el PSC y aspiran a participar en el poder en Cataluña con ERC. El resultado es que cualquier combinación es posible.
El PSC no está reivindicando su trayectoria municipal con la potencia que sería necesaria para afrontar la campaña electoral, se ha reforzado su imagen como miembro subordinado de la coalición de gobierno y la impresión generalizada de que tampoco hace oposición. Parece olvidarse que en una campaña es decisiva la centralidad del mensaje, la definición del campo de enfrentamiento y el escenario en que se va a producir el debate.
No es posible saber ahora con certeza si la impresión de que Barcelona ha entrado en decadencia ha calado entre la ciudadanía. Desde hace un tiempo, tenemos una tendencia aguda a vivir instalados en trincheras: se han establecido dos bloques militantes y enfrentados muy alejados el uno del otro. Una parte significativa del electorado está convencida del deterioro de la ciudad en una serie de parámetros: seguridad, tráfico, contaminación, limpieza… Otra parte, sin embargo, ante las críticas a la decadencia de la ciudad, reacciona apoyando a la alcaldesa como “lideresa de los descamisados” (populismo peronista) frente a los poderes económicos. En paralelo, algunos sectores “progresistas”, los mismos que creen que ERC es de izquierdas, pueden sentirse tentados de apoyar a Colau como freno al independentismo.
En realidad, esa percepción negativa de una parte es lo que explicaría la ofensiva propagandística del gobierno municipal. Conocer el estado de la opinión pública, y seguro que cada formación tiene sus encuestas, permitiría identificar los problemas que los ciudadanos aprecian y la asignación de responsabilidades, tanto personales como institucionales, así como sobre la figura e idoneidad del eventual candidato o candidata. Siempre teniendo en cuenta que, como regla general, los electores tienden a favorecer los compromisos de exclusividad de los aspirantes a la alcaldía con su localidad.
Al margen de las precisiones que los estudios demoscópicos puedan aportar, parece probable que un sector mayoritario del electorado reconozca en el PSC una alternativa a los comunes, personalizados en la alcaldesa. A su trayectoria de experiencia municipal, los socialistas pueden sumar además una notable disponibilidad de sectores empresariales a aceptar el liderazgo de Salvador Illa. Pero para aspirar a la alcaldía, se necesita algo más: presentar un candidato que muestre ambición de ganar, algo que Jaume Collboni no ha transmitido. En estos momentos, el PSC asume lo peor de los dos mundos. Comprometido como comparsa del gobierno municipal, no puede o no sabe hacer oposición, se conforma con debilitar a Colau y tratar de ganarla en votos para poder gobernar con ella. La aceptan y se matizan sus desencuentros, minimizan sus errores y la sitúan en el bando no “indepe”.
Mientras deshojan la margarita, los máximos responsables del PSC mantienen de momento una posición de apoyo a Jaume Collboni, aunque son conscientes de la situación y ensayan algunos movimientos de distanciamiento. El problema es que, para la generalidad de la opinión pública, este principio de desenganche pasa desapercibido, sobre todo después de la pérdida de centralidad que ha supuesto el acuerdo Esquerra-Comuns. Es un nuevo escenario que podría permitir, teóricamente, la definición de un pack rival que facilitaría el contraste. Pero no parece probable que el PSC municipal actual cuente con la fuerza y el impulso de confrontación que este planteamiento exigiría. Falta coraje y desconocemos si existe una estrategia clara.